Corría septiembre cuando Joe Wilson, un congresista republicano de Carolina del Sur, interrumpió un discurso de Barack Obama sobre la reforma sanitaria ante el Congreso con un "¡miente!" increpado cuando el presidente aseguró que la nueva norma no daría cobertura a los cerca de 12 millones de inmigrantes sin papeles (no lo hace). Entonces, el exabrupto se consideró una falta de respeto inédita en las cámaras, pero, como demostraron los meses siguientes, y especialmente las últimas horas y minutos antes de la votación del domingo, el debate podía degradarse más.

En una decisión estratégica que se ha demostrado infructuosa políticamente, al menos por ahora, el Partido Republicano optó hace ya meses por atacar la reforma. Lo hizo aliándose con movimientos ultraconservadores como el Tea Party, alimentando ansiedades y temores con desinformación nutrida de palabras que, el domingo, resonaron otra vez en la Cámara baja: "tiranía", "totalitarismo", "comunismo"...

Poco importó que se denunciara una supuesta intromisión excesiva del Gobierno en la sanidad a la vez que se pedía que no se tocara Medicare, el programa de asistencia a mayores, que es público. Esos fantasmas llevaron a las puertas del Capitolio el sábado y el domingo a miles de manifestantes, que usaron insultos y gestos de desprecio contra los congresistas demócratas. "Maricón", escuchó Bernie Frank. "Nigger", oyó John Lewis antes de que le escupieran.

ANIMOS ENCENDIDOS Los ánimos de los conservadores se encendieron aún más el domingo. Y lo hicieron no solo espontáneamente, sino también con una inédita arenga desde unos balcones del Congreso de representantes republicanos, que sacaron sus propias pancartas contra la reforma, esgrimieron banderines del Tea Party y promovieron las burlas a la líder demócrata del Congreso, Nancy Pelosi. Los políticos republicanos dejaron para otra ocasión el decoro parlamentario. En las sillas de algunos colegas demócratas colocaron fotos de congresistas que, tras apoyar la reforma fiscal del expresidente Bill Clinton, pagaron un precio político en las urnas, un mensaje sobre las elecciones legislativas del próximo mes de noviembre.

Hubo intervenciones catastrofistas y críticas, pero ninguna llegó a alcanzar el tono de la de John Boehner, líder de la minoría en la Cámara baja, que perdió las formas y acabó denunciado a los demócratas como una "desgracia" para los ideales de Thomas Jefferson y gritando a pleno pulmón. Cuando 219 votos demócratas pusieron fin al debate, la derrota cobró forma de insulto. Los republicanos intentaron posponer con una táctica parlamentaria la votación de las enmiendas, tratando de esgrimir la orden que Barack Obama prometió firmar para convencer a los antiabortistas del partido. Fue el propio Bart Stupak, el demócrata que lideró el movimiento moderado, quien acusó a los republicanos de manipulación. Su discurso fue interrumpido.

Alguien desde las filas republicanas gritó: "¡Asesino de niños!". A un antiguo seminarista. A un hombre que habla de la santidad de la vida, de los nacidos y los no nacidos. Ayer, el congresista republicano por Tejas Randy Neuebauer confesó que fue él. Pidió perdón por haber faltado al decoro y al respeto "al calor y la emoción del debate".