Las mujeres y los niños se han llevado la peor parte. En torno al 70% de los 134.000 muertos y desaparecidos durante el ciclón Nargis son madres que fallecieron junto a sus pequeños, según fuentes de las organizaciones humanitarias y Unicef. Por eso resulta casi milagrosa la historia de la niña Thé S. M., de 10 años, que estuvo casi tres días en la copa de un árbol esperando que la rescataran.

"Mis padres y mis cuatro hermanos han desaparecido y tampoco sé nada de mis tíos", sostiene Thé, que vivía en An We Mya, cerca de Bogalay, una de las dos zonas más afectadas por el tifón que devastó el delta del Irauadi hace un mes. Hoy, Thé se encuentra en un orfelinato de Maubín, más al norte, lo que permite a este periodista conversar con la menor, rescatada por los monjes del monasterio de Kyaung Thit Temple.

"Mi padre nos ató al árbol que está pegado a la casa al ver que el techo y dos paredes salían volando. Primero, me sujetó a mí, por lo que ocupé la parte más alta, lo que me salvó la vida", agrega. La niña habla con una gran pesadumbre, pero con firmeza. Los psiquiatras han aconsejado que hable de la tragedia para que saque la pena que lleva dentro.

Llamadas sin respuesta

"Tenía la ropa mojada y me dolía todo el cuerpo, sobre todo el pecho y las manos, a causa de las cuerdas y las ramas que me golpearon. Durante casi toda la noche estuve gritando, pero nadie me contestaba. Lo peor fue descubrir que estaba sola. Cuando pasó todo, me vi rodeada de personas muertas. Suerte que llegaron los monjes con su barca y se me llevaron". Es el demoledor recuerdo de la niña, que será adoptada si no aparece ningún familiar directo.

"Toda mi familia vivía en el departamento de Bogalay, pero mi madre tenía una hermana en el norte. La están buscando, pero creen que se ha marchado a Tailandia. A mí, la verdad, es que me gustaría regresar a mi casa y que aparecieran mis padres", confiesa Thé.

Representantes de la Junta Militar birmana han visitado a los niños del orfanato, un mes después de la tragedia. Hoy, el delta está plagado de militares desescombrando y ayudando a las víctimas, y policías controlando que no se cuele ningún "enemigo del régimen", lo que equivale a decir un periodista occidental.

Han actuado tarde y mal, pero ahora son omnipresentes en la región del Irauadi, conscientes del enorme descrédito entre la ciudadanía y de la indignación internacional. Vemos un todoterreno de la ONU, dirección sur, con un vehículo militar delante y otro detrás. No les protegen --¿quién les puede hacer daño?--, sino que les vigilan, quieren saber qué hacen. En Birmania nada se mueve sin su permiso.

"Los espías"

"Ustedes son una basura, unas sanguijuelas, que vienen a joder a Birmania", afirma una de las víctimas del ciclón. El hombre se calma con buenas palabras, pero insiste en que la presencia de un periodista es ilegal. Preguntado por qué piensa así, replica: "Porque lo dice el Gobierno". El hombre se llama Aung Ko, tiene 45 años y pertenece a la organización civil que apoya a la Junta, que controla desde el presidente del país hasta el último alcalde. Los birmanos les llaman "los espías".

Cerca de Maubín, Ye Theingi, de 50 años, tiene una opinión bien distinta. Theingi repara con ayuda de dos vecinos la casa desvencijada: "Váyase lo antes que pueda y vuelva cuando Birmania sea libre".