El Líbano tembló ayer ante la posibilidad de que se reavive un viejo frente de inestabilidad. Una bomba activada por control remoto hirió de gravedad a un alto cargo del espionaje libanés que participó en las detención e interrogatorio de cuatros generales prosirios sospechosos de participar en el asesinato del exprimer ministro libanés Rafic Hariri, en febrero del 2005.

El intento de asesinato, que nadie se atribuyó, llega solo 10 días antes de que las Naciones Unidas presenten nuevas conclusiones sobre su investigación del magnicidio. Las anteriores apuntan a las altas instancias del Gobierno de Siria, país que ocupó el Líbano durante tres décadas, como instigador de la trama.

El explosivo detonó al pasar un convoy de dos vehículos por una carretera cercana a la ciudad sureña de Sidón que transportaba al teniente coronel de los servicios secretos Samir Shehade. Uno de sus guardaespaldas murió y tres resultaron heridos.

Según el ministro de Interior, Ahmed Fatfat, las fuerzas de seguridad barajaban la posibilidad de un atentado, ya que Sehade no viajaba en su coche habitual, contra el que iba dirigida la bomba. El día antes, uno de los líderes del bloque antisirio, el druso Walid Jumblatt, advirtió de que Siria se prepara para "torpedear", "posiblemente con asesinatos", la autorización del Gobierno respecto a la creación de un tribunal internacional que juzgue el asesinato de Hariri.

Tras la muerte del exprimer ministro, al menos una docena de explosivos se usaron en atentados contra políticos y periodistas contrarios al intervencionismo sirio en el Líbano. Uno de sus protegidos, el líder de Hizbulá, Hasán Nasralá, aseguró ayer a un diario local que la guerrilla chií mantendrá las armas, en contra de la resolución de la ONU, pero que solo las empleará ante un ataque israelí.

Mientras, Kofi Annan se mostró confiado en que Tel-Aviv levante el bloqueo aéreo y marítimo en los próximos dos días.