Acostumbrados a los atentados suicidas, los tiroteos o las bombas abandonadas en una bolsa, los habitantes de Jerusalén reaccionaron ayer con estupefacción al conocer el método empleado en el segundo atentado del año. Una excavadora de 20 toneladas, conducida por un palestino de Jerusalén Este, se adentró en sentido contrario en una céntrica calle de la capital y fue embistiendo todo cuanto encontró a su paso: desde personas a autobuses y vehículos privados.

El eslalon homicida dejó tres civiles muertos y cerca de 40 heridos, antes de que el asesino fuera abatido a tiros por un agente, que junto a otros tres policías subió al bulldózer para reducir al conductor. Si bien se desconoce si el autor está ligado a alguna organización armada palestina, el ministro israelí de Defensa, Ehud Barak, pidió una "represalia inmediata".

El tramo de la calle Jaffa donde se produjeron los hechos parecía el escenario de una salvaje carrera de coches. En el medio kilómetro que avanzó, la excavadora arrolló a media docena de coches y a dos autobuses. Un Toyota colgaba empotrado contra un guardarraíl. Su conductora murió. Tampoco se salvó el dueño de una furgoneta. La parte delantera fue arrancada de cuajo. Cerca, un autobús yacía volcado. El asesino es un palestino de 30 años, padre de dos hijos y vecino del barrio árabe de Sur Baher. Trabajaba en unas obras cercanas a la calle Jaffa, la principal arteria comercial del centro de Jerusalén. Para la policía israelí el ataque fue una sorpresa. "No teníamos ninguna advertencia", dijo un portavoz.