Los australianos dieron ayer un golpe de timón en las urnas y, de paso, un disgusto a George Bush. El holgado triunfo de los laboristas (53,3% frente al 46,7%, con el 73% de los votos escrutados) convertirá a su líder, Kevin Rudd, en el nuevo primer ministro, y significará el fin de la carrera política de su antecesor, el conservador John Howard, quien tras 11 años al frente del Gobierno, muy probablemente haya perdido incluso su escaño.

"Vamos a escribir una nueva página de la historia de nuestra nación", anunció Rudd entre los aplausos de sus seguidores en su cuartel general de Brisbane, en el noreste del país, después de conocerse su victoria. Y lo cierto es que, aunque Washington se apresurará a felicitarle, el éxito de este exdiplomático de 50 años, gran especialista en China, no deja de ser otra mala noticia para el presidente Bush, quien hasta ahora ha tenido en Howard a uno de sus más sólidos y fiables aliados.

Un portavoz de la Casa Blanca afirmó que el presidente de EEUU está "impaciente" por trabajar con el nuevo primer ministro, quien asimismo incluyó en su discurso un conciliador "saludo al gran amigo y aliado, Estados Unidos". Pero los temas estrella de la campaña electoral de Rudd han sido ni más ni menos que la retirada gradual de las tropas de Irak y la lucha contra el cambio climático.

1.500 SOLDADOS Howard ha pagado en las urnas su apoyo incondicional a Bush y su decisión de mantener la presencia militar australiana en Irak contra viento y marea. Rudd apostó por la vuelta a casa de los 1.500 soldados australianos, lo que ya le valió en su día las críticas del propio presidente de EEUU.

Tampoco ha ayudado a Howard que Australia sea el único país industrializado, junto con EEUU, que no ha firmado el protocolo de Kioto. Rudd se ha comprometido a ratificarlo. Howard se apresuró a felicitar a Rudd y dio por hecha su próxima retirada de la primera línea política, aunque sin ponerle fecha.