Un intenso hedor de cadáveres en descomposición todavía impregna la atmósfera de los barrios próximos al océano en Banda Aceh, la ciudad indonesia más cercana al epicentro del seísmo que originó el maremoto del 26 de diciembre. Dos semanas y media después de la catástrofe, los lugareños que trabajan removiendo el lodo y retirando escombros y astillas se ven en la necesidad de pedir, a la comitiva de periodistas españoles que atraviesa la ciudad, mascarillas para protegerse del olor nauseabundo procedente de los cuerpos sin vida. El grado de destrucción es tal que, entre la colonia de cooperantes y trabajadores humanitarios, los barrios marítimos de Banda Aceh ya han sido bautizados como la zona cero del desastre.

El mar ni siquiera se ve. Algunos de los que llevan días trabajando en esta ciudad reducida a la nada, capital de la provincia en la que han muerto el 80% de los fallecidos en Indonesia, insisten en que lo peor está todavía más allá, y que la orilla del Indico aún se encuentra lejos, a unos kilómetros. Pero el casco de una barca arrastrada por el mar, de unos seis metros de eslora, permanece ahí, semidestruido, junto a una carretera cubierta de barro y agua.

En lo que fue el patio de una vivienda de una planta, aparece una lancha motora casi intacta. En las proximidades, se adivina un amasijo de hierros retorcidos y deformados, que a buen seguro, hace dos semanas y media, formaba una robusta carrocería de coche.

Bolsas de la muerte

A pocos metros han sido colocadas en la cuneta de la carretera tres bolsas negras de las que se desprende un intenso olor a muerte. Los equipos de rescate acaban de hallar otros tres cuerpos sin vida, que esperan a ser trasladados a una fosa común. Justo al lado, yace una masa amorfa y blanquecina semicubierta de lodo, una masa de carne humana que aún no ha sido introducida en una bolsa y de la que se adivina, a duras penas, la cabeza, la espalda y los pies. Su identificación se antoja poco menos que imposible.

La riada de barro y lodo no hizo excepciones y se llevó por delante viviendas, vehículos, barcas y seres humanos. Pero el azar ha permitido que, en medio de un descampado ocupado antes del 26 de diciembre por viviendas, todavía se erija, casi como una aparición, una mezquita y su minarete, aunque, eso sí, algo dañado. También, sorprendentemente, se han salvado de la destrucción algunas vallas publicitarias, cuya posición frente a la corriente les ha permitido soportar la embestida y mantenerse en pie.

15 pacientes diarios

Sergio Galán es un médico canario residente en el barrio del Raval de Barcelona que trabaja para el 061 y lleva cinco días ejerciendo en Banda Aceh. Trata a una media de 10 a 15 pacientes diarios, aquejados principalmente de afecciones respiratorias o infecciones. El lodo que tragaron muchos supervivientes origina neumonías de difícil tratamiento, y las heridas infectadas por el agua sucia, por muy pequeñas que sean, pueden desencadenar, "tras un periodo de incubación de 15 días", el tétanos, una terrible enfermedad que, en condiciones sanitarias como las que imperan en Banda Aceh después del maremoto, tienen una mortalidad del "100%".

"En muchos casos sólo les podemos ayudar a morir", paliando los síntomas una vez aparecida la enfermedad, sentencia Sergio con un gesto de impotencia. Este cooperante aprovecha la presencia de informadores recién llegados de España para lanzar un nuevo llamamiento a la solidaridad: "Hay que enviar más ganmaglobulinas antitetánicas", cuyas existencias no bastan para el gran número de supervivientes afectados por la enfermedad. Y es que, aunque las aguas han regresado a su cauce en Banda Aceh, ya nada volverá a ser igual en el epicentro del maremoto.