En una misión como reformar el sistema sanitario de EEUU --durante décadas una utopía, ahora el objetivo prioritario del presidente, Barack Obama--, cada paso es una batalla. Y aunque el triunfo final está aún lejos y ni mucho menos asegurado, los demócratas consiguieron el sábado un significativo éxito.

Imponiéndose a la resistencia de los republicanos, unificando un dividido partido y evitando que su propuesta de ley naufragara incluso antes de empezar a navegar, el demócrata Harry Reid reunió los 60 votos necesarios para imponer la supermayoría a los 39 votos republicanos (un conservador no votó).

Ese resultado permitirá iniciar en la Cámara alta el 30 de noviembre el debate de un texto que prácticamente fuerza a todos los ciudadanos a asegurarse o a pagar multas de no hacerlo, amplía el programa público de cobertura a la gente con menos ingresos y plantea cubrir a 31 millones de estadounidenses actualmente sin seguro.

La propuesta, además, estipula la creación de un mercado de seguros donde ciudadanos y empresas podrán elegir su plan (incluyendo entre sus opciones la de ser cubiertos por un seguro público, el aspecto que más rechazo genera en el Congreso, pero que se considera básico). Pese a tener una factura para las arcas públicas de más de 570.000 millones de euros en la próxima década, la propuesta de ley podría reducir el déficit en 88.000 millones gracias a recortes en gasto público e impuestos.

PASO CRUCIAL Quedan semanas de trabajo e innumerables interrogantes sobre qué forma tendrá al final la propuesta. También restan otros pasos imprescindibles y tortuosos como llegar a aprobar el texto (que con toda certeza será enmendado), hermanarlo con el aprobado el 7 de noviembre en la Cámara baja (similar en unos aspectos y radicalmente diferente en otros) y poner el definitivo en la mesa de Obama para que lo convierta en ley. Pero el proceso, al menos, sigue su camino y el paso del sábado era crucial.

Su relevancia quedaba de manifiesto incluso en aspectos formales de la votación, que, como en las grandes ocasiones, los senadores realizaron a viva voz desde sus escaños. Y en sus intervenciones algunos subrayaron la trascendencia de transformar un sistema que hoy mantiene a 47 millones de estadounidenses sin ningún tipo de cobertura, está controlado por aseguradoras, farmacéuticas y el sector médico, y alimenta el déficit.

La victoria dio un respiro a la Casa Blanca, desde donde el secretario de prensa, Robert Gibbs, emitió un comunicado revelando la "satisfacción" de Obama, que ha optado por dejar que las Cámaras sean las que redacten y hagan avanzar la legislación.

ESPEJISMO DEMOCRATA Pero la unidad que mostraron los senadores demócratas es un espejismo. No fue hasta el sábado cuando Reid tuvo garantizado el apoyo de todos los senadores de su partido (más dos independientes). Y algunos de esos demócratas avisan de que su voto para permitir el inicio del debate no significa que vayan a aprobar la ley tal y como está redactada.

En un partido que es como una gran carpa bajo la que tienen cabida desde progresistas hasta moderados y conservadores, es difícil la unanimidad. Y no la hay sobre aspectos básicos de la reforma, como si los estadounidenses deben poder elegir al Gobierno como su asegurador.

Tampoco la hay sobre temas conflictivos, como si el aborto debe estar cubierto con fondos federales. Y ni mucho menos hay consenso sobre cómo financiar la transformación del sistema, especialmente en un momento de crisis económica.

El reto ahora para Reid (y para el presidente Obama) es conseguir el consenso, pero las concesiones al ala moderada de su partido pondrían en peligro el apoyo de los progresistas y viceversa. Es mucho más paupérrima la posibilidad de sumar a su propuesta algún voto republicano. Está claro que, como dijo el sábado el líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, "la batalla acaba de comenzar".