Hacía ya 15 minutos que un proyectil disparado por la aviación israelí había impactado de lleno en un negocio de venta de coche usados y recambios de automóvil en el sur de Beirut, pero Laia Huseini, una musulmana suní de 16 años, corría despavorida hacia una tienda de ultramarinos cercana en busca de refugio. Pese a que el ataque aéreo ya se había consumado, Laia podía identificar perfectamente procedente del cielo un zumbido seco, entrecortado por el ruido de explosiones de depósitos de gasolina en llamas. Aunque no podía divisarlo, sabía que el zumbido era originado por un avión israelí sobrevolando las proximidades, es decir, la señal inequívoca para los habitantes del Líbano de que hay que ponerse a cubierto.

Ya bajo techo, aún nerviosa, esta joven de cuerpo delgado y facciones marcadas, decide fijar la mirada en un televisor encendido y conectado a las emisiones de la cadena de televisión libanesa LBC, que está retransmitiendo en directo este ataque aéreo contra el sur de Beirut. "Llevo siete días fuera de mi casa, solo había venido a recoger ropa", explica.

Seguir con lo puesto

Pero de momento deberá esperar, y seguir con lo puesto. Las llamas y la densa columna de humo negro procedente del negocio de coches usados le imposibilitaban acercarse a su apartamento. Los soldados habían cortado los accesos y solo permitían el paso a militares o a quien mostrara un carnet de periodista. Laia, que solo quiere la paz, se siente impotente y atrapada entre la espada y la pared. "A Hizbulá y a Israel solo les interesa luchar", apunta impotente.

No lejos de allí, la madre superiora Jeanne-Marie Khattoura, directora del hospital Sainte Thér¨se, intenta transformar su policlínica en un improvisado hospital de campaña. Ha evacuado ya a la mayoría de sus pacientes regulares y, pese a que el centro está muy cerca de los barrios más castigados por los bombardeos, ha decidido quedarse para tratar a "heridos de guerra".

La unidad de radiología, en los sótanos del edificio, es el lugar escogido por las hermanas del hospital Sainte Thér¨se para concentrar heridos y a algunos enfermos que no han sido aún evacuados. Las camillas se acumulan en los pasillos, junto a los lavabos, cerca de las escaleras... Pero, pese a las incomodidades, es el rincón más seguro del edificio, aunque, eso sí, no el más adecuado para tratar heridos. "Gracias a Dios, no tenemos pacientes que necesitan respiración asistida; la maquinaria necesaria se ha quedado en las plantas superiores", se lamenta.

"Hacemos lo que podemos, aunque no estamos preparados para convertirnos en un hospital de campaña; pero es nuestra manera de resistir, tenemos que hacerlo", subraya en tono firme la religiosa católica, mientras se ve obligada a interrumpir la conversación para dar órdenes en árabe a médicos y enfermeras. Ayer por la mañana, el personal del hospital Sainte Thér¨se atendía a 11 heridos, incluyendo al chií Haisam Gaffer, de 35 años, acompañado de su esposa. Haisam resultó gravemente herido hace seis días en el sur de Beirut, al producirse una explosión cuando regresaba del trabajo en moto. Sus intestinos quedaron colgando fuera de su vientre. "Alemania apoya a Israel por lo que hizo Hitler a los judíos", apunta en un hilo de voz. Al oírle, la madre Jeanne-Marie pierde por vez primera la compostura: "¿Cuál es el pecado de los libaneses? ¿Por qué el mundo se calla? ¿qué tipo de conciencia tienen los israelís?".

El barrio de Haret Hreyk, en el sur de Beirut, es ya una zona de guerra que rememora la devastación que padeció el país durante el largo conflicto civil de los 70 y 80. Sus calles están desiertas. Es el feudo de Hizbulá en el sur de la capital, donde los rascacielos y las calles bien asfaltadas del centro ceden el paso a humildes comercios y a edificios desconchados y adornados con retratos del ayatolá Jomeini y del líder de Hizbulá, Hasán Nasrala.

Algunos se quedan

Junto a un enorme socavón producido por un proyectil israelí y un paso elevado también destruido por los bombardeos, Mohamed Gubari y Muyahid Mukaled, dos inmigrantes egipcios, relatan cómo han tenido que buscar refugio en las montañas ante la intensidad de los ataques aéreos, y cómo solo se han atrevido a volver a Haret Hreyk para coger algunos enseres. "Aquí ya no hay nadie, todos se han marchado", indica Mohamed. Pero Mohamed se equivoca. Algunos vecinos como Jamal Ajour han preferido quedarse y vigilar de cerca sus propiedades, aunque su vida corra peligro. "Tengo dos hijos y dos hijas; uno de ellos resultó herido, los he enviado fuera", se justifica. Al caer la noche, las calles de Beirut se despueblan. Y la ciudad reconstruida que pensaba haber dejado atrás las secuelas de la guerra vuelve a revivir su trágico pasado.