Benedicto XVI completó ayer su mayor desafío diplomático fuera de las fronteras del Vaticano, un viaje marcado por la política, la semántica y un deseo: la paz. Antes de irse, volvió a referirse al "brutal exterminio" de judíos en el Holocausto, un episodio que "nunca debería ser olvidado o negado". Pese a todo, en Israel, su visita deja un regusto agridulce. Para los palestinos ha sido una bendición. Su apoyo a sus aspiraciones soberanistas, tras el bloqueo de Gaza y sus alusiones al "trágico" anacronismo del muro superan sus expectativas.

No se le pueden negar sus esfuerzos para acercarse a Israel resaltando el "vínculo inseparable entre la Iglesia Católica y el judaísmo" y así enterrar el recuerdo de Pablo VI, el primer Papa en pisar el Estado judío en 1964. En sus 11 horas de estancia, no mencionó el nombre de Israel y eludió reunirse con sus autoridades religiosas. En cambio, ha llamado a combatir el antisemitismo y ha reclamado el "reconocimiento universal del Estado de Israel".

Sus anfitriones no quedan del todo contentos. Después de que figuras como el presidente del Parlamento o algunos rabinos le reprocharan que no pidiera perdón durante su discurso en Yad Vashem por su condición de alemán y jefe de la Iglesia católica, la prensa reabrió la controversia por su pasado forzoso en las Juventudes Hitlerianas.

Entre los palestinos había muchas reservas por temor a que elviaje sirviera para lavar la imagen de Israel tras la sangría de Gaza. Pero el Papa les ha demostrado dosis de solidaridad y comprensión. El Vaticano y otros católicos piensan que los acuerdos fundamentales con Israel, pactados en 1993, fueron un error.