En la vida hay besos que son difíciles de olvidar y otros que directamente se quedan guardados para siempre en el disco duro de la memoria: el que te roban en la adolescencia, el de un primer amor, el del día de tu boda o el primero que te da un hijo. A lo largo de la historia de Hollywood, se ha encargado de regalarnos besos de película para el recuerdo, como el que se plantaron Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en la película Casablanca , o el de Burt Lancaster y Deborah Kerr en la playa en De aquí a la eternidad . Difícil olvidar también el de Audrey Hepburn y George Peppard en el final de Desayuno con diamantes , o el que le robó Clark Gable a Vivian Leigh en Lo que el viento se llevó .

Otros permanecen guardados en la retina colectiva gracias al ojo mágico de algún fotógrafo, como el inmortalizado por Robert Disneau a mediados del siglo pasado, en el que aparecen una pareja de enamorados en una plaza de París, por el que hace solo unos años alguien llegó a pagar más de 180.000 euros en una subasta. También para el recuerdo es el que fotografió Alfred Eisenstaedt en 1945 en la plaza de Times Square (Nueva York) el día de la victoria en el final de la segunda guerra mundial. Su protagonista femenina, la enfermera Edith Shain, falleció el domingo en Los Angeles a los 91 años.

"Aquel día me dejé llevar", contó alguna vez Shain, que tenía entonces 26 años y trabajaba en el Doctor´s Hospital de Staten Island cuando escuchó por radio que los japoneses se habían rendido. Horas después se unía a las celebraciones espontáneas de aquella tarde del 14 de agosto de 1945 en cada rincón de Manhattan. Fue entonces cuando Eisenstaedt inmortalizó para siempre el beso espontáneo que le dio un apuesto marinero en Times Square.

"Me agarró por la cintura, cerré los ojos y dejé que me besara, porque había estando en la guerra luchando por mí, por todos nosotros", explicó Shain años después. La foto fue portada de la revista Life , llegando a convertirse en un icono del júbilo por el final de la guerra. La identidad de los protagonistas fue un enigma y pasaron casi tres décadas hasta que Edith decidió abandonar el anonimato. A finales de los 70 contactó con el fotógrafo para contarle que era ella la mujer de la foto. A partir de entonces, Shain se convirtió en invitada en numerosos eventos relacionados con homenajes a las Fuerzas Armadas y a los soldados caídos en combate.

El marinero desconocido

Aunque han aparecido decenas de octogenarios asegurando ser el varón protagonista de aquel beso, hoy, casi 65 años después, todavía sigue sin saberse su identidad. Si ella conocía su nombre tampoco lo sabremos, porque el secreto se lo llevado a la tumba. "Nunca imaginé que esto acabaría así", contó en una entrevista hace años. "De haberlo sabido le habría preguntado su nombre y el teléfono". No lo hizo, y nunca más supo de él.

La sombra de la duda se instaló durante años y Eisenstaedt llegó a ser acusado de haber trucado la foto, pero él lo negó siempre y en más de una ocasión contó que aquella tarde fue a la céntrica plaza para fotografiar la felicidad de los neoyorquinos por el final de la guerra. Incluso hay una instantánea de la misma escena tomada desde otro ángulo por Victor Jorgensen, un fotoperiodista de la Armada que pasaba por ahí esa tarde y que días después vio su trabajo publicado en The New York Times .