Basah Kamel, un estudiante de 24 años, lo tiene claro: "Esto es terrorismo, no es resistencia. Y los culpables son los muyahidines de Bin Laden". Frente a la sede del gobernador de Kerbala, Basah se hacía eco de la opinión generalizada ayer en la ciudad santa shií: los autores de la cadena de atentados que el sábado sacudieron Kerbala son mercenarios árabes o fedayines de Sadam Husein.

Kerbala era ayer una ciudad incrédula, sometida a grandes medidas de seguridad. Hasta ahora, la violencia de la posguerra había pasado de largo: hasta el sábado, cuando cuatro coches bomba estallaron contra una base de militares tailandeses, la sede del gobernador y la base de soldados búlgaros adyacente a la universidad. El recuento de víctimas ascendía ayer a 19 muertos: cinco soldados búlgaros, dos tailandeses y 12 iraquís, entre policías y civiles. En el hospital Al Husein permanecían ingresadas 105 personas.

Demasiada coordinación

"Los wahabís saudís de Bin Laden quieren traer la resistencia a esta zona", insistía Basah, quien razonaba por qué los shiís de Kerbala no tienen nada que ver con los ataques: "Los imanes no han llamado a la resistencia y el atentado estuvo demasiado bien coordinado como para que lo cometa algún ciudadano enfadado con la ocupación". "La resistencia no ataca a objetivos civiles", argumentaba Abu Sadak, miembro del equipo de Gobierno de Kerbala, quien se quejaba de que los búlgaros tuvieran su cuartel junto a la universidad.

Desde el departamento de Biología --destrozado, con cristales por doquier, los objetos de los estudiantes que huyeron en el pasillo, y las probetas y los microscopios tirados por el suelo de los laboratorios-- se puede ver perfectamente el cuartel. El coche bomba entró por la parte trasera, un descampado, mientras los soldados se defendían de los disparos efectuados contra la fachada. La explosión afectó a la universidad.

"El coche impactó al lado del despacho del coronel. Allí vi a cuatro soldados muertos", explicaba ayer, en su cama del Hospital Al Husein, Hasna Alí Nasser, de 35 años, abrazada a su pequeña Hiyam, de 3 años, que aún tenía restos de sangre en la frente. El marido de Hasna trabajaba como guardia en la escuela de secundaria que ahora es la base de los soldados búlgaros. Cuando los ocupantes convirtieron la escuela en un cuartel, permitieron a la familia de Hasna continuar viviendo en las instalaciones, ya que no tenían dónde ir. El sábado, casi murió toda la familia.