Doce meses después, la atención mediática vuelve a Birmania. Hoy se cumple un año del ciclón que se llevó por delante pueblos enteros del delta del río Irauadi, en el sur del país asiático. La ayuda internacional llegada desde entonces ha sido del todo insuficiente y gran parte de los damnificados siguen malviviendo prácticamente a la intemperie en míseras chozas de construcción muy frágil. Ahora llega la estación de los monzones y no son pocos los que temen que la tragedia se repita.

El ciclón Nargis es considerado la mayor catástrofe natural en la historia de Birmania. Según datos de las Naciones Unidas, la brutal y salvaje tormenta mató a cerca de 140.000 personas, dejó a 800.000 sin hogar y afectó a más de 2,5 millones de habitantes de esta región, la gran mayoría campesinos y pescadores de escasos recursos económicos.

La madrugada del 2 al 3 de mayo del año pasado, los vientos en el delta de Irauadi soplaron a más de 240 kilómetros por hora, el nivel del mar subió de golpe 4 metros y el agua invadió rápidamente los campos de cultivos, las aldeas y los pueblos. "Cuando el ciclón llegó, mi madre me subió a las vigas del techo de la casa. Las serpientes flotaban a mi alrededor", recuerda hoy la pequeña Aye Chan May, de 7 años.

TESTIGOS DIRECTOS Muchos supervivientes fueron testigos directos de la muerte de familiares o amigos. Hay historias de gente que lo perdió todo. Un niño, por ejemplo, se quedó sin sus padres y 10 hermanos. El alcalde de un pequeño pueblo vio desaparecer a 37 miembros de tres generaciones de su familia. Y el tremendo impacto psicológico perdura. "Ahora, cuando llueve, salgo corriendo a recoger a mi hija del colegio", dice Nwe Nwe, madre de dos niñas. "Ya no salgo de casa cuando llueve. No me gusta el viento. Es aterrador", añade una de sus hijas, de nueve años. Cientos de voluntarios de organizaciones humanitarias siguen prestando ayuda psicológica a los afectados. Sin embargo, están lejos de dar abasto.

En casi una cuarta parte de los hogares hay alguien que sufre algún trastorno, y de ellos solo un 11% han sido atendidos. A las pérdidas humanas se sumaron las económicas. El agua cubrió y destrozó cientos de miles de hectáreas dedicadas al cultivo del arroz, el principal alimento de la población de esta región. Debido a la salinización por permanecer largo tiempo bajo el mar, los campos han reducido hoy considerablemente su rendimiento, lo que ha empobrecido todavía más a los campesinos, que carecen del dinero suficiente para comprar semillas y herramientas de trabajo. La consecuencia es que la cosecha del mes de diciembre del año pasado fue hasta un 32% inferior a la del mismo mes del 2007.

AYUDA QUE NO LLEGA Según el Programa Alimentario Mundial de la ONU, doce meses después del ciclón todavía hay más de 350.000 personas que dependen de los alimentos gratuitos que les suministran las agencias del organismo internacional.

Una muestra más de la precaria situación en la que viven todavía buena parte de los damnificados. "Las necesidades son todavía considerables", advirtió ayer en un comunicado la ONU, que el pasado febrero solicitó, junto a Birmania y los países vecinos del sureste asiático, un fondo de ayuda que cuenta con 530 millones de euros para los próximos tres años.

De momento, hay comprometida solo una sexta parte de esta cantidad. La crisis financiera mundial no perdona. En todo caso, las ayudas enviadas hasta ahora representan una mínima parte de las que recibió Indonesia en el 2004 para paliar las consecuencias del tsunami.

LEVANTAR VIVIENDAS Según las Naciones Unidas, el dinero solicitado es necesario para la reconstrucción, sobre todo en lo relativo a vivienda e infraestructuras, ya que muy poco o nada se ha hecho hasta hora. "Si el mundo no viene con la ayuda necesaria, estará abandonando a las víctimas", señala el exportavoz de la ONU Richard Horsey.

Los vientos y el azote de las aguas se llevaron por delante cerca de 400.000 viviendas y solo se han construido 17.000 nuevas, que ha levantado la Junta Militar birmana. Algo a todas luces insuficiente. Otras 200.000 han sido reconstruidas por sus propietarios. Pero hay cientos de miles de personas que no han podido rehacer sus hogares. Muchas se han refugiado en templos budistas a la espera de recibir materiales de refuerzo necesario para las viviendas .