Individuos de todas las edades rompiendo ventanas y puertas de un maltrecho convoy de metro, deformado por la onda expansiva, en su afán de alejarse del escenario del atentado; gentes gritando, en estado de agitación, buscando entre el humo la salida más próxima hacia la calle; heridos postrados en el suelo, entre algún que otro aparatoso reguero de sangre.

Esta terrible escena se vivió ayer después del mediodía en los andenes de la estación de metro Instituto Tecnológico, muy cerca del centro de San Petersburgo, minutos después de que un artefacto de fabricación artesanal estallara en el tercer vagón de un convoy de metro. La explosión se produjo entre dos paradas, pero el maquinista prefirió no detener el tren y seguir hasta la siguiente estación para facilitar la evacuación.

Once personas perdieron la vida y decenas más se hallan hospitalizadas con heridas de gravedad como quemaduras. «El vagón iba bastante lleno, con gente de pie y también sentada», declaró por teléfono un testigo a la cadena de televisión RBK.

Se trata del atentado más mortífero que se produce en Rusia en los últimos tres años, y el primer ataque de envergadura que tiene lugar en una gran ciudad rusa desde el inicio de la ola de violencia dirigida por el Estado Islámico contra objetivos en Europa occidental y América. A primera hora de la noche de ayer aún no se había producido ninguna reivindicación, aunque respecto a la autoría se barajaban varias hipótesis: un grupo extremista caucásico, el autoproclamado califato o ambas cosas a la vez.

La presencia en el Cáucaso norte de una sección de la milicia ultrarradical comandada por Omar al Bagdadi en Siria se remonta a junio del 2015, cuando se formó el denominado Estado Islámico para Irak y el Levante-provincia del Cáucaso, liderado por Rustam Asildárov, de 35 años, nacido en la república de Kalmukia (sur de la Federación Rusa) y abatido, según fuentes oficiales, en una operación antiterrorista en Majachkalá, también en el Cáucaso ruso, en diciembre pasado.

El artefacto estaba escondido en un maletín que fue colocado en el interior del vagón y estaba lleno de metralla, aseguró una fuente anónima a la agencia Interfax. Fontanka, un portal de noticias de San Petersburgo, divulgó la imagen de un individuo de unos 40 años, con una larga barba y sombrero, que se presume está implicado en el atentado, e identificado a partir de las cámaras de seguridad. Además, dos personas se hallan en situación de busca y captura en relación con el ataque.

Un segundo artefacto explosivo fue hallado en otra estación, en Plaza Vosstania, aunque finalmente fue desactivado antes de estallar. Había sido colocado en el interior de un extintor y tenía una potencia muy superior al anterior. Mientras la primera tenía una potencia equivalente a 200-300 gramos de TNT, la segunda era de un kilo.

El atentado coincidió con una visita del presidente Vladímir Putin a la segunda ciudad rusa más importante, donde participaba en un foro denominado Frente Popular Panrruso, una agrupación de partidos políticos rusos. A escasa distancia del lugar de los hechos, el líder del Kremlin debatió con el director del Servicio Federal de Seguridad (antiguo KGB), Aleksándr Bortníkov, y realizó sus primeras declaraciones tras la explosión.

«Por supuesto, tenemos en cuenta todas las hipótesis: accidental, criminal, y por supuesto, un ataque terrorista», aseguró. Poco después, la Fiscalía General de Rusia confirmaba que se trataba de un atentado, mientras que el Comité de Investigación, el principal organismo de investigación federal no descartaba ninguna posibilidad.

El atentado paralizó por completo la segunda ciudad rusa, con cinco millones de habitantes. Tras culminarse la evacuación de las estaciones afectadas, las autoridades locales decidieron cerrar por completo la red de metro, y solo accedieron a reabrirla parcialmente a primera hora de la noche. Un enorme atasco se formó en el centro de San Petersburgo, y para paliar la situación y garantizar la movilidad, los autobuses municipales no cobraban el billete a los viajeros.