Por más que Israel e Hizbulá sigan insistiendo en que su objetivo no es matar civiles, la realidad volvió ayer a demostrar lo contrario. Un misil de la aviación hebrea fulminó un mini- bús de pasajeros que viajaba por el sur de Beirut. Poco antes, otro cazabombardero disparó sobre un puente mientras dos vehículos lo atravesaban huyendo de las bombas israelís. Otras 10 personas murieron, entre ellas 6 niños, según fuentes oficiales libanesas. Con los 42 muertos de ayer son ya 175 las víctimas en el Líbano en menos de una semana, informó el Gobierno. De ellas, solo cuatro son militantes de Hizbulá, según la guerrilla.

En el pulso que mantiene contra Israel, Hizbulá volvió a lanzar una lluvia de proyectiles sobre Tiberias, Safed y Haifa, donde un obús destruyó la tercera planta de un edificio de tres pisos. Once personas resultaron heridas en el derrumbe. El Ejército israelí aseguró que Hizbulá llevó a cabo un intento fallido de disparar un misil iraní de entre 120 y 160 kilómetros de alcance.

Sin mencionar la sangría que está devastando el Líbano, el primer ministro israelí, Ehud Olmert, acusó a los militantes libaneses y palestinos de ser agentes de Irán y Siria, países que, dijo, actúan en la región "por control remoto". En un discurso televisado a la nación, Olmert prometió acabar con las infraestructuras terroristas en Gaza y el sur del Líbano, mientras que el general Moshé Kaplinski anunció que la ofensiva se prolongará "al menos una semana más".

En otra señal de acabar con la Autoridad Nacional Palestina, Israel bombardeó la sede del Ministerio de Exteriores en Gaza. Israel acusa a su titular, Mahmud Zahar, de orquestar la captura del soldado Gilad Shalit. El conflicto empeorará si se confirma la captura de un policía israelí en Cisjordania que se atribuyeron las Brigadas de Al Aqsa.