Unos 126 millones de brasileños acudieron ayer a la urnas a elegir presidente, gobernadores regionales y parte del Congreso en unos comicios que han colocado a este país al borde de una crisis institucional, y de los que resta saber si Luiz Inácio Lula da Silva estará obligado a disputar una segunda y aún más tensa segunda vuelta. La cómoda ventaja del candidato del Partido de los Trabajadores (PT) se redujo drásticamente desde que hace dos semanas se descubrió que en su entorno se urdía una trama con documentos fraguados para incriminar a la oposición.

A principios de septiembre, Lula le sacaba 12 puntos a Geraldo Alckmin, el representante de la coalición formada por el Partido de la Socialdemocracia (PSDB) y el derechista Frente Liberal (PFL). Hace tres días, esa diferencia era del 5%. Y las encuestas del sábado redujeron la brecha. Según Datafolha, el escenario de un escrutinio voto por voto ya no es una quimera.

"Quien reclamaba más emoción en la campaña no se puede quejar por la recta final", dijo al respecto la influyente analista Dora Kramer. Si Lula gana no habrá tregua por parte de la oposición. Y si hubiera necesidad de una segunda vuelta, la guerra de acusaciones, agravios y denuncias entre el PT y la entente PSDB-PFL se multiplicará.

SIN INCIDENTES Por ahora, la crispación no llega a la calle. La jornada se desarrolló sin incidentes. Sin embargo, era difícil en Sao Paulo sustraerse de todos los amargos presagios. Hasta el presidente del Tribunal Superior Electoral (TSE), Marco Aurelio Mello, llamó sin disimulos a los brasileños a rechazar en las urnas la "corrupción", dando por sentado que todos sabían de quién estaba hablando.

Los comicios se realizaron en medio de la conmoción por la caída del avión de Golen en la selva amazónica con 155 pasajeros. Las autoridades pusieron en marcha una compleja operación para rescatar los restos.