El escocés Gordon Brown dejó ayer el Ministerio de Finanzas, que ha ocupado durante 10 años, para suceder a Tony Blair como primer ministro del Reino Unido. Brown, el otro artífice, junto a Blair, del nuevo laborismo, presentará hoy la composición de "un Gobierno de cambio, con nuevas prioridades", según anunció en un discurso pronunciado en la puerta de Downing Street tras asumir el cargo.

Gran protagonista de la era blairista, Brown debe, sin renegar de un legado que también es el suyo, marcar el inicio de una etapa diferente, con iniciativas, personalidad y rostros propios. Hasta el momento, la vaguedad de sus propósitos en asuntos internos y, sobre todo, en temas internacionales convierte el programa del nuevo premier en una incógnita política.

A los 56 años, el eterno segundo del laborismo vio ayer al fin cumplido su sueño en un día emotivo e histórico. Acompañado por su esposa Sarah, Brown acudió al Palacio de Buckingham, del que minutos antes había salido Blair tras presentar la renuncia. Y si la del primer ministro cesante fue una breve audiencia, la de Brown se prolongó durante 55 minutos.

UNDECIMO ´PREMIER´ Nada trascendió de lo hablado entre Isabel II y el undécimo primer ministro de su reinado, al que ya conocía como responsable de Finanzas y al que le une el amor por Escocia. Tras regresar a Downing Street, Brown habló por teléfono con varios mandatarios internacionales y convocó inmediatamente una reunión de trabajo para ultimar la composición de su equipo ministerial.

Blair, entretanto, tomaba un tren rumbo al norte de Inglaterra para cumplir con la última cita política en su circunscripción electoral de Sedgefield. Allí, tras confirmarse su nuevo puesto como enviado especial para Oriente Próximo del llamado Cuarteto de Madrid, el comité laborista local anunció su renuncia al escaño de Westminster.

Blair había recibido horas antes una calurosa despedida en la Cámara de los Comunes, donde siempre brilló por su agudeza y sus dotes oratorias. El último turno de preguntas y respuestas, habitual de cada miércoles, vino a mostrar la cara y la cruz de su legado. La sesión se abrió con la mención a los últimos soldados británicos caídos en Irak y Afganistán. "Lamento de veras los peligros a que se exponen hoy las fuerzas armadas británicas", dijo. "Sé que algunos tal vez piensan que se enfrentan a esos peligros en vano. Yo no y nunca lo pensaré", afirmó, desafiante.

No muy lejos, un centenar de miembros de la coalición Familias de Militares contra la Guerra se manifestaba al grito de "tropas fuera". Pero Blair también escuchó sinceros tributos, algunos de ellos, como el del líder de la oposición conservadora, David Cameron, especialmente generoso. El más significativo fue sin embargo el del ministro principal de Irlanda del Norte, el unionista Ian Paisley, poco dado a los halagos, quien agradeció a Blair la persistencia y el ahínco con el que ha sacado adelante el proceso de paz, que es su mayor logro.

La excepcional ovación de los diputados de todos los partidos, puestos en pie, despidió a uno de los primeros ministros más capacitados en la política contemporánea británica, que inicia ahora una lucrativa carrera internacional. Además de sus trabajos como emisario y de involucrarse en asuntos como el cambio climático y la pobreza en algunas de las partes más deprimidas del planeta, Blair puede obtener grandes ingresos con lecturas y conferencias en EEUU.

TODO POR HACER Brown en cambio tiene todo por hacer. El presidente estadounidense, George Bush, le dio ayer la bienvenida, pero el nuevo dirigente en Londres podría querer poner cierta distancia en las relaciones entre ambos países, demasiado estrechas con Blair. Otros vaticinan un enfrentamiento entre Brown y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, sobre la dirección de Europa. Brown, no tiene buena reputación en Bruselas y ha mostrado en las reuniones de ministros de finanzas europeos un desdén inquietante.