Theresa May se marchó ayer de Bruselas sin hacer realidad su gran objetivo: pasar a la segunda fase del brexit o lo que es lo mismo empezar a negociar la futura relación comercial entre la Unión Europea y el Reino Unido. El gran obstáculo sigue siendo el dinero. Londres, pese a las muestras de buena voluntad de las últimas semanas, no ha concretado la cifra que piensa poner sobre la mesa para saldar las cuentas del divorcio ni el método para calcularla y en estas circunstancias los Jefes de Estado y de Gobierno de los 27 han optado por mantener el freno echado.

«Estamos lejos de un acuerdo sobre los compromisos financieros. No hemos recorrido ni la mitad del camino. Desde hace varias semanas hay buena voluntad del lado británico pero necesitamos más progresos si queremos pasar a la segunda fase», resumió el presidente francés, Emmanuel Macron, tras la reunión de los 27 líderes de la UE.

En juego no solo está la contribución británica al presupuesto del 2019 y el 2020 -unos 10.000 millones de euros por año- sino hacer números sobre el resto de los compromisos que ha asumido Londres a medio y lago plazo y pendientes de desembolso. Este es el caso de las aportaciones destinadas a pagar las pensiones de los eurofuncionarios o los préstamos concedidos por la UE a través del BEI y otros organismos en los que están presentes.

Durante su reciente discurso en Florencia, May se comprometió a poner sobre la mesa 20.000 millones, cifra muy inferior a los 60.000 millones que en Bruselas estiman como el mínimo necesario para saldar las cuentas. Ayer sus colegas europeos le recordaron que su cifra de salida es insuficiente y demasiado vaga y que tendrá que aumentarla.

«Reino Unido ha afirmado que satisfará las obligaciones financieras que contrajo durante su pertenencia a la Unión» pero «esta afirmación todavía no se ha plasmado en un compromiso firme y concreto de saldar todas esas obligaciones», subraya el documento de conclusiones que ha sido aprobado en apenas 90 segundos. «No espero que nos presente ahora una cifra pero al menos debería presentar un método para llegar a la contribución final. Tiene que ser más clara sobre lo que quieren decir otros compromisos», recordó con aspereza el holandés Mark Rutte. «Es hora de sentarse y negociar», urgió la lituana Dalia Gribauskaite que ha pedido dejar de lado la retórica.

Theresa May se resiste, sin embargo, a dar más claridad por un motivo evidente. En junio pasado perdió las elecciones. Su posición política se ha debilitado y comprometerse a pagar miles de millones de euros por el divorcio podría alimentar todavía más al ala dura de los tories, partidarios de un brexit duro. «La factura total y final llegará como parte del acuerdo final que obtengamos en relación con el futuro acuerdo», dijo en un mensaje dirigido a la audiencia interna. Pero «nadie tiene que preocuparse por el marco presupuestario actual, ni de que tenga que pagar más o recibir menos como resultado de la salida de Reino Unido. Respetaremos los compromisos», garantizó.

Sus explicaciones, brevemente en la cena de trabajo de los 28 el jueves por la noche, fueron recibidas positivamente por el resto de colegas pero de momento no han convencido a nadie. «Esperamos estar preparados en diciembre para iniciar la segunda fase pero depende en gran medida de que Reino Unido haga avances que nos permitan decir que ha habido progresos suficientes», recordó la cancillera alemana, Angela Merkel. «En las últimas semanas la negociación ha avanzado a mejor ritmo pero el objetivo sigue siendo llegar a un acuerdo sobre la primera fase -derechos de los ciudadanos, frontera con Irlanda y factura del divorcio- y si no lo hay no se podrá pasar a la segunda fase y es Reino Unido quien más tiene que perder por su dependencia de la UE», avisó Macron.

NARRATIVA MÁS POSITIVA / Mucho más positivo fue el tono utilizado por el presidente de la UE, Donald Tusk. El polaco no escondió la falta de progresos aunque ha calificado de exagerados a quienes hablan de bloqueo o punto muerto en las negociaciones, tal y como alertó la semana pasada el negociador jefe de la UE, Michel Barnier. «Quizás soy más optimista que Michel Barnier porque tenemos papeles diferentes. Él es responsable de las negociaciones, yo de que tengamos una buena atmósfera», explicó. A su juicio lo que la UE necesita ahora es «una narrativa más positiva» y siente que es su obligación promoverla como «motivador positivo» de cara a cerrar la primera fase en diciembre.

De momento, May se lleva a casa un pequeño premio de consolidación para evitar que la fractura interna. Los 27 no decidirán hasta diciembre si se cumplen los requisitos para empezar a hablar de la futura relación pero sí han encargado a Barnier y a los ministros de asuntos europeos que empiecen a hacer el trabajo de cocina y los preparativos internos. No es más que un gesto perosuficiente para que May regrese a Londres con una pequeña concesión en el bolsillo. Y la británica se agarra a este anuncio como a un clavo ardiendo.

«Soy optimista», dijo sobre la posibilidad de lograr un acuerdo «positivo» en diciembre aunque May no descarta la posibilidad de un fracaso porque «sería irresponsable» no contemplar todos los posibles escenarios. En Bruselas, en cambio, se resisten a hablar de esa posibilidad. «Nuestra hipótesis de trabajo no es un escenario de no acuerdo. Lo odio. No se lo que eso significa. Nadie me ha explicado las consecuencias en caso de no acuerdo (por los británicos). No estoy a favor de un no acuerdo. Quiero un acuerdo justo con Reino Unido», zanjó el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.

Del Consejo Europeo de otoño también sale la nueva agenda de líderes europeos, para relanzar el proyecto de reformas el próximo año y medio, con una cumbre mensual y más protagonismo para los dirigentes de la UE.