Aunque el tema parece haber desaparecido de la campaña a favor de la economía, el próximo presidente de EEUU, sea Barack Obama o John McCain, ya sabe que cuando jure el cargo en enero tendrá encima de la mesa una cuestión urgente: qué hacer con las guerras de Irak y Afganistán. En la Universidad Nacional para la Defensa en Washington, George Bush anunció ayer que 8.000 tropas estadounidenses serán retiradas de Irak hasta febrero del próximo año y que 4.500 efectivos más serán enviados a Afganistán hasta enero.

La decisión es conservadora, ya que no supone ni un descenso considerable de las tropas en el país árabe (ahora hay 146.000 soldados) ni un aumento consistente de la presencia en el país centro-asiático (ahora hay 34.000), donde muchos expertos y críticos de la Administración de Bush (empezando por el mismo Obama) consideran que se encuentra el auténtico frente de la guerra contra el terrorismo. Por eso, la reacción oficial demócrata al anuncio de Bush fue predecible: "Estoy atónito de que el presidente haya decidido traer tan pocas tropas de regreso a casa y enviar tan pocos recursos a Afganistán", dijo Harry Reid, líder de la mayoría demócrata en el Senado.

PROVINCIA DE ANBAR En términos prácticos, la decisión de Bush a instancias del Pentágono supone retirar una brigada de combate del Ejército de Tierra, tropas de apoyo y un batallón de marines desplegado en la provincia de Anbar. Esta región suní se ha convertido en el símbolo de la estrategia de Washington en Irak, ya que de feudo de Al Qaeda ha pasado a ser una zona controlada por el Gobierno iraquí tras una intensa actividad que ha combinado la negociación con líderes tribales y la utilización de métodos militares, como el asesinato de insurgentes, según desvela en un libro publicado el periodista de The Washington Post Bob Woodward.

"Esto es lo que está ocurriendo: mientras el enemigo en Irak aún es peligroso, hemos pasado a la ofensiva, y las fuerzas iraquís son cada vez más capaces de liderar y ganar el combate", dijo Bush para destacar los avances de seguridad en Irak y que él atribuye a su polémica decisión de aumentar la presencia estadounidense en el país árabe a pesar de las duras críticas internas y de los sondeos de opinión en contra. Es a partir de estos avances que se puede plantear, reiteró, retirar algunas tropas, pero siempre teniendo presente que la situación allí "aún es frágil".

INMUNE Pero si las formas a veces son más importantes que el fondo, hay que destacar que, en su discurso, Bush dedicó más tiempo a hablar de Afganistán que de Irak. Sin reconocer lo que defienden sus detractores (que Irak distrae recursos y atención de la guerra que realmente importa, la afgana), Bush admitió que los "enemigos de un Afganistán libre se niegan a rendirse", en referencia al aumento de actividad de los talibanes y de Al Qaeda en ese país.

En la recta final de su presidencia, Bush es inmune a las críticas de la oposición y a la presión de una opinión pública que sigue sin apoyar una presencia masiva en territorio iraquí. De ahí que su decisión haya sido conservadora, basada en las recomendaciones militares y sin concesiones a sus detractores ni al Gobierno iraquí, con el que su Administración se encuentra enfrascada en unas negociaciones en las que Bagdad pide un calendario para una retirada completa en el 2011. Estas decisiones y, sobre todo, un hipotético giro estratégico que pase por reforzar el frente de Afganistán (y Pakistán) en perjuicio del iraquí quedan, pues, en manos del próximo presidente. La de ayer fue, tal vez, la última decisión logística de Bush en temas bélicos de sus dos mandatos.