Como cada viernes a las 13.00 horas, un centenar de fieles de la mezquita Omar Ibn al Khattab, en el distrito XI de París, invade la calle para escuchar la plegaria del imán. En el interior no cabe ni un alfiler. Pese al frío y la lluvia, escuchan la letanía que sale de un altavoz en árabe.

Estamos en la calle Jean-Pierre Timbaud, el único lugar de la ciudad donde hay tiendas que venden el burka. Frente a la mezquita está la Maison des Metallos, el centro cultural donde hasta una semana se representaba una obra crítica con el machismo y el integrismo islámico.

A pocos metros, una peluquería con un traje de novia árabe en el escaparate. En los 200 metros restantes de la calle, hasta el Boulevard de Belleville, se concentran una decena librerías y tiendas de ropa árabes además de una carnicería halal, donde los animales han sido sacrificados según el ritual musulmán.

"Estamos vendiendo más niqabs que nunca", admite una vendedora cubierta con el jilbab, el velo que cubre los hombros y el cabello pero deja la cara al descubierto. "Es este debate sobre el velo, la polémica ha incentivado a las mujeres", dice. El modelo que más se vende es el niqab. "Es el más práctico, solo deja los ojos al descubierto y lleva una tela que permite descubrir el rostro con facilidad". ¿El precio? "Entre 20 y 35 euros", informa escueta.