En aquellos tiempos Medellín era el nombre de un cártel. Pablo Escobar había declarado la guerra al Estado colombiano y los campos de batalla eran principalmente las ciudades, Bogotá por capital y Medellín porque era allí donde se escondía el capo, y donde la policía tenía que ir a buscarlo. En el más sangriento de aquellos años, 1987, las autoridades registraron 10 homicidios diarios en la capital de Antioquia, muchos de ellos producto de la política del narco de poner precio a la cabeza de los agentes de policía. La guerra paralela que Escobar libraba entonces contra el cártel de Cali también contribuyó a azuzar la violencia, y Medellín tuvo que acostumbrarse al estigma de ser llamada la ciudad más violenta del planeta.

Muchos años, muchos esfuerzos por parte de las autoridades y un cambio profundo en la estrategia criminal fueron necesarios para que la ciudad se sacara de encima esa imagen. La generación de narcos que se apoderó del negocio tras la muerte de Escobar, en 1993, entendió que había sido la exhibición de una violencia rayana en lo excéntrico la que había llevado al capo a la tumba, y la consecuente y autoimpuesta discreción redundó en favor de la paz. La desmovilización de los grupos paramilitares en los albores del primer mandato de Alvaro Uribe (2002-2006), incluidos los que tenían su base de operaciones en Medellín, contribuyó a abonar el terreno para hacer realidad lo que sucesivas administraciones ya habían empezado a perfilar: hacer de la ciudad infierno un lugar medianamente tranquilo.

Sin demérito de lo que habían conseguido algunos de sus predecesores, fue el alcalde Sergio Fajardo (hoy candidato a la presidencia) el llamado a convertirse en el rostro que todos en Colombia asocian con la resurrección de Medellín. Con una política que dio prelación a los programas sociales, y la decisión, sin apenas precedentes, de conectar las barriadas pobres con la ciudad (las llamadas comunas, focos de marginación y violencia, la principal fábrica de sicarios en la época de Escobar), Fajardo explotó a placer el terreno abonado por la merma de la violencia y devolvió la ciudad a las portadas de los diarios; pero ahora se hablaba bien.

El alcalde estrella gobernó entre entre los años 2004 y el 2007, y muchos asociaron la partida del edil al aumento de la tasa de homicidios que se produjo en los años posteriores (el año pasado hubo 1.432, 64% más que en el 2008); pero lo que ocurre en Medellín ocurre en mayor o menor medida en todas las grandes ciudades colombianas: cientos de paramilitares desmovilizados se están reciclando, formando nuevas bandas e intentando usurpar una parte del negocio. Y eso causa muertos.