Tras el ultimátum, todo sigue igual. Los camisas rojas (entre 6.000 y 10.000, según las fuentes) ignoraron la orden de desalojar el campo de tres kilómetros cuadrados desde el que han puesto en jaque al Gobierno tailandés durante los dos últimos meses. La firmeza de los manifestantes, que piden la disolución del Ejecutivo, ha arruinado todos los intentos del primer ministro, Abhisit Vejjajiva, de poner fin a la crisis.

La televisión lo había repetido, desde los helicópteros caían octavillas y los altavoces de los blindados lo recordaban: a las 15 horas de ayer expiraba el plazo para que niños, ancianos y hombres desarmados abandonaran el campo, en el corazón financiero de Bangkok. Los que no lo hicieran se enfrentaban a cargos criminales y dos años de cárcel. Incluso se prometieron autocares para trasladar a los camisas rojas de regreso a las empobrecidas provincias del noroeste, de donde llegaron para rebelarse contra la élite urbana que maneja el país a sus espaldas.

El futuro es incierto. A Abhisit le demandan desde sus propias filas que solucione ya un problema que sangra la economía y puede desembocar en una guerra civil, pero en el recuerdo están los 25 muertos que provocó el intento de desalojo del 10 de abril, la jornada más sangrienta en el país en décadas.

OLA DE VIOLENCIA Los enfrentamientos entre camisas rojas y soldados se repitieron por quinto día consecutivo en las cercanías de la zona roja, donde se elevaban numerosas columnas de humo provocadas por la quema de neumáticos. Ayer murió en el hospital tras varios días en coma el general renegado Khattiya Sawasdiphol, señalado como asesor militar de los insurgentes y alcanzado en la cabeza la semana pasada. El suceso precipitó la ola de violencia, que se ha cobrado ya 37 muertos.

Las negociaciones, rotas desde entonces, se retomaron ayer, aunque los resultados parecen lejanos. Fue una llamada telefónica de cinco minutos con ribetes surrealistas. Natawut Saikuwa, uno de los líderes de los camisas rojas , llamó a Korbsak Sabhavasu, negociador gubernamental, para proponerle un alto el fuego si los soldados abandonaban las calles. Korbsak respondió que los soldados dejarían de disparar si los camisas rojas volvían a sus casas. "Si su gente vuelve a Rajprasong la zona roja, no habrá ni una sola bala más de los soldados. ¿A quién podrían disparar?", dijo.