Seguramente muchos pensarán que vaya suerte que tienen algunos, porque no todos los días se puede pasar la tarde junto a Barack Obama. Otros, en cambio, se morirán de envidia porque no cualquiera tiene la oportunidad de celebrar su cumpleaños lanzando canastas al lado de Pau Gasol y otras estrellas de la NBA.

Eso fue lo que ocurrió el domingo en las instalaciones de Fort McNair, un campo militar a las afueras de Washington. El presidente, que nunca ha ocultado su pasión por los Chicago Bulls, jugó un partido con una nutrida constelación de leyendas activas y retiradas del baloncesto que, además, sirvió para hacer más llevadera la recuperación de soldados heridos en Irak y Afganistán.

Con su familia desperdigada, Obama pasó el miércoles su 49º cumpleaños con unos amigos en Chicago y el sábado continuó las celebraciones con una partida de golf. No contento con eso, también quiso regalarse unas horas de canastas y risas reuniendo el domingo a estrellas de la talla de LeBron James, Dwyane Wade, Carmelo Anthony o Grant Hill y jugadores míticos de la cancha como Magic Johnson o Bill Russell.

A puerta cerrada

La nueva escapadita no estuvo exenta de polémica ya que el presidente vetó la entrada al gimnasio donde se celebró la pachanga a los periodistas que cubren habitualmente hasta el último de sus movimientos. Y es que la tensión entre los informadores y la Casa Blanca es cada vez más evidente.

Kobe Bryant también estuvo en Fort McNair, aunque tuvo que ver el partido desde las gradas porque todavía se recupera de su operación en la rodilla. Y la presencia de Pau no debería sorprender a nadie teniendo en cuenta las flores que le ha echado últimamente el presidente. "Gasol es el mejor pívot en estos momentos. Tiene un juego de pies increíble, velocidad e inteligencia y está jugando magníficamente", ha dicho de él.

Mientras Obama se divertía con su particular dream team, Michelle y Sasha estaban todavía surcando el Atlántico tras poner punto final a su escapadita marbellí, y Malia seguía en su campamento de verano. Pero sin duda su mejor regalo fue al final de la tarde cuando la pequeña de la casa se echó a correr a sus brazos. El momento no pudo ser más especial. La Casa Blanca ha distribuido fotos que lo atestiguan.

Ambas llegaron a tiempo para el final de las celebraciones. Dicen que un cumpleaños sin una parrillada no es lo mismo y así fue como terminó la cosa en los jardines de la Casa Blanca, donde casi hasta el último detalle tiene siempre un significado. Una portavoz se encargó ayer de recordar que además de las clásicas hamburguesas se echaron a las brasas langostinos del golfo de México, por eso de que hay que trasladar confianza a los consumidores sobre los mariscos procedentes de la zona afectada por el derrame de crudo de BP.