Desde su nacimiento como Estado, en 1947, Pakistán se enfrenta hoy a la peor crisis de una historia plagada de sobresaltos y violencia, más dramática aún que la que siguió a la secesión de Bangladesh en 1972. El régimen que encabeza el presidente, Pervez Musharraf, se inclinaba ayer por mantener las elecciones previstas para el 8 de enero, pese a la convulsión que ha provocado el asesinato de Benazir Bhutto. Pero los temores sobre el futuro del país y la volcánica región se agudizan por la incertidumbre que genera no saber en qué manos pueden caer las armas nucleares si el régimen se derrumba.

Las afirmaciones del coronel estadounidense Gary Keck, portavoz del Pentágono, de que, de momento, el "arsenal nuclear paquistaní está bajo control", no resultan tranquilizadoras. Los talibanes, las madrasas radicales, Al Qaeda y quién sabe si también Osama bin Laden están demasiado cerca del corazón de esta crisis para que el mundo pueda sentirse tranquilo.

Expertos de la CIA y el Consejo Nacional de Inteligencia de EEUU predijeron hace dos años que, para el 2015, en Pakistán se habría producido ya "el colapso del Estado y la completa talibanización del país, que estaría ya maduro para una guerra civil, además del constante derramamiento de sangre, las rivalidades interprovinciales y la lucha por el control de las armas nucleares". Para Paul Wilkinson, exjefe del Centro de Estudios sobre Terrorismo y Violencia política de la Universidad de St. Andrews, en Escocia, "es un escenario de pesadilla" que, al parecer, se adelanta a pasos agigantados.

Los expertos cuantifican en un centenar el número de bombas y misiles nucleares del arsenal atómico paquistaní, que no está sometido al control de los organismos internacionales. Esas cifras, aunque sean aproximadas, convierten a Pakistán en una potencia nuclear que debe ser capaz de controlar férreamente sus cadenas de mando político y militar para evitar que los grupos terroristas se apoderen de armas nucleares.

En las aguas del Ejército paquistaní navegan islamistas de diferentes intensidades, desde los más radicales a otros moderados, y no todos están satisfechos con las actuaciones ambivalentes de Musharraf, que para conservar el poder nada entre dos aguas tratando al mismo tiempo de satisfacer a EEUU sin romper con los islamistas.

PORVENIR INCIERTO En el punto más bajo de su credibilidad, el porvenir de Musharraf está seriamente amenazado tras la muerte de su rival-aliada. Son muchos los que creen que, si bien el brazo ejecutor del atentado contra la líder del Partido Popular de Pakistán (PPP) parece corresponder al binomio Al Qaeda-Talibanes, el presidente no puede eludir la responsabilidad de no haber sabido protegerla. Y muchos ciudadanos paquistanís y observadores extranjeros, alertados por Bhutto antes de morir, miran con desconfianza a las filas de los servicios de espionaje del poderoso Ejército paquistaní, donde cada vez se albergan más simpatizantes de Al Qaeda.

Musharraf tiene ante sí un difícil dilema: el amenazante abismo, al que no puede dejarse arrastrar si pretende sobrevivir física y políticamente, o la gestión de la anarquía.

Mientras, el país, con sus 158 millones de habitantes, avanza penosamente inmerso en escandalosas desigualdades sociales cercado por la pobreza y la violencia. Según fuentes del Fondo Monetario Internacional y del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, la tasa de analfabetismo es del 50,1% la mayoría mujeres, y el 76,3% de la población vive con un euro y medio al día. La renta per cápita es de 618 euros.