"50 años de libertad y seguimos". La caravana que llevó a Fidel Castro y sus barbudos a La Habana el 8 de enero de 1959 resucitó el jueves, jaleada con ondear de banderas y carteles patrióticos, y con Fidel Castro Díaz-Balart, el hijo del ausente líder cubano, al frente. En presencia de su hermano y sucesor, Raúl, y del presidente ecuatoriano, Rafael Correa, la repetición de aquel trayecto del Ejército Rebelde y triunfante, en el momento de mayor incertidumbre sobre el futuro de la isla, es algo más que el ritual de Estado.

"Nada de pan sin libertad. Nada de libertades sin pan". Fidel Castro Ruz lanzó su consigna en el Central Park de Man- hattan, tres meses después de entrar en La Habana. "Nada de dictadura de hombres. No dictadura de clases. Ni dictadura de grupos", dijo también aquel 24 de abril de 1959. Tenía 33 años. Para Castro, la Revolución sería "tan verde como las palmeras".

La hoja de ruta estuvo en buena medida diseñada por la intolerancia de EEUU. Washington, que había dejado caer a su aliado Fulgencio Batista, pronto vio en Castro una encarnación del guatemalteco Jacobo Arbenz, a quien, bajo el prisma de la guerra fría, contribuyó a derrocar en 1954, y quiso hacer lo mismo con el abogado cubano convertido en comandante en jefe.

Fue un proceso de mutua radicalización. EEUU dejó de comprar azúcar a Cuba. La Habana nacionalizó las empresas norteamericanas. EEUU alentó una invasión mercenaria. Castro proclamó el "carácter socialista" de la Revolución. Washington intentó ahogarla. Cuba respondió promoviendo guerrillas. La crisis de los misiles, en 1962, puso al mundo al borde de la conflagración nuclear. Un punto de no retorno.

La relación con la URSS se estableció más por necesidad que por simpatía. A medida que los experimentos "originales" fracasaban, la dependencia de Moscú crecía en lo económico y en lo ideológico. La Revolución fue, en rigor, la misma forma de nombrar diferentes y contradictorios momentos, siempre liderados por Castro.

En los 60 predominó el voluntarismo guevarista. En los 70, se buscó clonar el modelo moscovita. Se pasó de la abolición de la propiedad privada a tolerar su muy tímido resurgimiento. Pero Fidel se cansó de los mercados campesinos y exhumó la defenestrada figura del Che. Cuando más se rezaban las máximas del "Guerrillero heroico", más se desarrollaba el mercado negro y el proceso de autoexpropiación de los bienes estatales de parte de la sociedad.

Ineficiencia económica

La hostilidad de EEUU podía justificar ante algunos amigos el autoritarismo, pero nunca fue la causa de la enorme ineficiencia económica de la Revolución: la isla consumía más fertilizantes por hectárea que EEUU, pero no podía garantizar que las hortalizas y la fruta llegaran a las mesas. Cayó el Muro de Berlín y se inició un proceso de deterioro y reordenamiento económico que aún no ha concluido (del azúcar al turismo y las remesas). Los bustos de Lenin y Marx se guardaron y Castro, imperturbable, manejó el destino de la isla hasta que una enfermedad lo relegó a un segundo plano.

Hubo un tiempo, a principios de los 60, en el que la isla fue el lugar de los sueños revolucionarios. Jóvenes barbudos y con el pelo suelto marcaban la nueva hora de las transformaciones. Las barbas se podaron. Los cabellos, primero cortados a la usanza burocrática, comenzaron a encanecer tempranamente.

Más del 70% de los cubanos no vivieron esos días de epifanía. Nacieron con la Revolución, y siguen viendo a los mismos personajes providenciales, en su declive biológico e intelectual. Un 10% ha abandonado la isla como inmigrante legal, balsero o desertor en algún aeropuerto. Unos y otros repitieron alguna vez las consignas que interpelaban el futuro como forma de "amanecer". Pero hoy Cuba vive aún atada al pasado que creyó inaugurar el futuro.