Si algo caracteriza a monseñor Carlos Amigo Vallejo (Medina de Rioseco, Valladolid, 1934) no es precisamente su tibieza a la hora de manifestarse en público sobre cualquier asunto. El arzobispo de Sevilla, ciudad a la que devolvió su ansiada púrpura cardenalicia hace año y medio, nunca ha rehuido una pregunta comprometida, ya sea acerca del papel de los obispos vascos ante la violencia etarra; la investigación con células madre; las uniones homosexuales o la inclusión de operaciones de cambio sexo en la sanidad pública. Su postura favorable a estos dos últimos temas --que ha defendido siempre sin apartarse de la doctrina de la Iglesia-- le ha valido el respeto y aprecio del colectivo homosexual. El perfecto ejemplo de cardenal del siglo XXI.

Es miembro de la Comisión Pontificia para América Latina y desde hace poco pertenece al Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal. Ningún tema le es tabú y le fascina el debate ideológico, herencia de sus años como estudiante de Filosofía en Roma. De verbo fluido y nada críptico, con un aire solemne debido en gran medida a su elevada estatura y exquisitos modales, el franciscano Amigo Vallejo se desenvuelve bien entre periodistas.

Especialista en almas

Nacido en una familia muy religiosa y con ocho hermanos, comenzó los estudios de Medicina siguiendo la tradición familiar (es sobrino del psiquiatra Vallejo-Nájera). Pero, aunque iba para médico del cuerpo, ha acabado como especialista en almas.

Le tocó la difícil papeleta de sustituir a Bueno Monreal, uno de los arzobispos más queridos por los sevillanos, pero rápidamente consiguió ganarse el favor de la ciudad y que ésta le adore, siendo nombrado Hijo Predilecto de Andalucía. "Dice una frase que de Madrid al cielo. Yo digo también que de Sevilla a la gloria, que es más, porque los sevillanos me han abierto sus puertas sin que yo me atreva nunca a aporrearlas", dice.

En la Catedral de Sevilla casó además, en 1995, a la infanta Elena, la primera boda de la familia real que se celebraba en España desde principios del siglo XX. A la capital hispalense había llegado en 1982, después de pasar nueve años como arzobispo de Tánger. Allí se inició su defensa del diálogo con otras religiones, especialmente en el Islam, y gracias a su talante conciliador, logró uno de sus mayores méritos: el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Marruecos y la Santa Sede.

En varias ocasiones participó como mediador en la resolución de algunos conflictos entre países del Magreb y España, poniendo además especial interés en el papel de la mujer musulmana y en la mejora de las relaciones entre las comunidades cristiana, musulmana y judía.

Ferviente seguidor de Juan Pablo II, al que acompañó durante las dos visitas que realizó a la ciudad, confiesa que se emocionó cuando el pasado domingo, en la misa celebrada por el alma del Pontífice, el organista de la Catedral de Sevilla se arrancó con las sevillanas Cuando un amigo se va , que tanto gustaban a Karol Wojtyla. "En ese momento nos derrumbamos todos", confiesa.

Con humildad franciscana, asegura que "le tiemblan las manos y las piernas" ante la responsabilidad de participar en la elección del nuevo Papa, aunque confía en que si ha sido elegido para ello, no le faltará "el apoyo de Dios, en tan difícil momento".