La campaña electoral para elegir al pontífice de la Iglesia católica finalizó anoche. Hoy se impone una jornada de reflexión antes de iniciar las votaciones en la Capilla Sixtina, un acto previsto para mañana por la tarde, aunque no se descarta que los cardenales prefieran aguardar al martes para comenzar los escrutinios. Los purpurados confían en que la fumata blanca se levante antes de que el miércoles, o a más tardar el jueves, tras tres días de votaciones, haya que interrumpir el proceso electivo.

La normativa prevé que se dedique una jornada a la oración, al "libre coloquio entre los votantes" y a escuchar una exhortación espiritual del cardenal protodiácono si por entonces ningún cardenal ha logrado los 77 votos necesarios.

A los purpurados no les conviene que el cónclave se prolongue más allá de esa primera tanda. De lo contrario, el pontificado puede nacer debilitado, sobre todo si se compara con los de sus predecesores. Juan Pablo I fue elegido en dos días y tres votaciones y Juan Pablo II, después de tres jornadas y ocho votaciones.

Los príncipes de la Iglesia dormirán esta noche en la residencia de Santa Marta, donde se alojarán hasta que haya un nuevo jefe de la Iglesia católica.

Puede que el resultado final tenga poco que ver con el que arrojan los sondeos de opinión, que sitúan en cabeza al alemán Joseph Ratzinger, de 78 años, guardián de las esencias de la etapa Wojtyla por estar frente al Santo Oficio, y al arzobispo de Milán, Dionigi Tettamanzi, de 71. Hay más unanimidad sobre la nacionalidad: las apuestas dicen que será italiano. Si es Ratzinger también acertarán, puesto que sus 23 años en la curia le avalan como tal.

Poco ha trascendido de lo tratado durante las dos últimas semanas por la congregación de cardenales, que ayer celebró su última sesión, contrariamente al abundante chorro de información que manó de los dos últimos cónclaves de 1978.

El silencio ha sido impuesto por Ratzinger, que como decano del colegio cardenalicio se ha reservado un papel protagonista durante la transición hacia el nuevo papado. Su posición de privilegio ha robustecido su condición de candidato. Pero muchos expertos piensan que más que salir elegido, el cardenal quiere influir en el resultado.

El "intercambio de puntos de vista" registrado durante el precónclave, como eufemísticamente se denomina en la curia a la campaña electoral, es seguro que ha producido sus efectos, coinciden en señalar los vaticanistas. Las alianzas se han forjado no sólo en los encuentros mantenidos en el Vaticano, sino también en las reuniones clandestinas de electores afines celebradas a buen recaudo, generalmente en las sedes de las innumerables instituciones religiosas existentes en Roma.

EN LOS RESTAURANTES Mientras, los periodistas llegados a Roma siguen peregrinando a los restaurantes donde se supone que se tejen las conspiraciones a favor o en contra de uno u otro candidato, pero lo más que hallan es a los cardenales disfrutando de la cena. El viernes por la noche, en el ya mítico L´Eau Vive, en cuya mesa número 26 comió Karol Wojtyla antes del cónclave que le hizo papa, cenaban tres purpurados ajenos a las tribulaciones de su misión. El arzobispo de Lyón, Phillipe Barbarin, comía con un grupo de jóvenes, cerca de dos electores africanos, el ugandés Emmanuel Wamala, y el sudanés Gabriel Zubeir Wako.