En Francia, la figura de primera dama no existe. La esposa del presidente de la República carece por completo de estatus jurídico. Un hecho incontestable sobre el papel que la realidad se encarga de desmentir a diario. En solo un año, los franceses han conocido en la práctica dos primeras damas --Cecilia Sarkozy y Carla Bruni-Sarkozy-- que han suscitado tanto o más interés mediático que el propio jefe del Estado. Tras el revuelo causado por el divorcio de Cecilia y la boda-exprés con la cantante y exmodelo de reputación sulfurosa, la llegada de Bruni al Elíseo se ha convertido en la principal baza de Nicolas Sarkozy para mejorar su deteriorada imagen.

La agitada vida sentimental del presidente en su primer año de mandato, sembrado de episodios folletinescos como el supuesto SMS enviado a Cecilia --"si vuelves lo anulo todo"-- dos semanas antes de casarse con Bruni, ha causado un impacto negativo en su credibilidad como político. Los franceses se han sentido muy incómodos ante la exhibición de los asuntos del corazón de Sarkozy. En un país donde la separación de lo privado y lo público se reivindica con orgullo, cuesta digerir la locura informativa desatada a escala planetaria. Un fenómeno que ha acabado arrastrando a la prensa gala. En el 2007, el efecto Sarkozy ha hecho vender 110 millones más de ejemplares a los semanarios.

Sonado portazo

El enlace con Bruni el 2 de febrero, solo cuatro meses después del sonado portazo de Cecilia, fue recibido con escepticismo por la opinión pública. ¿Cómo puede funcionar la unión con una escultural italiana de 40 años --13 años menos que el presidente--, origen aristocrático, ideología progresista y que se había declarado enemiga de la monogamia? Muchos daban por hecho que se trata de un matrimonio de interés. De hecho, ella había expresado su deseo por añadir a su larga lista de conquistas --Mick Jagger, Eric Clapton, Kevin Costner...-- alguien con "poder sobre el botón nuclear". Tampoco faltan los que juzgan incompatible la vida de una cantante de éxito con la de esposa del presidente.

Sin embargo, la estrategia discreta de Bruni ha ido venciendo resistencias. A diferencia de Cecilia, viste marcas francesas y ejerce gustosa el papel de consorte. "Seré la primera dama hasta el fin del mandato de mi marido, y su esposa hasta la muerte", afirmó en su primera entrevista. La visita oficial a Gran Bretaña, marcó un punto de inflexión.

Mientras ella dejaba boquiabierto a medio mundo erigiéndose en reencarnación de la elegancia y el glamur de Jackie Kennedy, él seguía con la popularidad por los suelos. Según París Match --que la compara con Hillary Clinton, Cherie Blair y Sonsoles Zapatero--, el 66% de los franceses desean que Bruni siga su carrera artística. En agosto saldrá su tercer album. Dicen que sencillo, sin florituras, con canciones en francés, italiano e inglés, las tres lenguas que ha mamado desde la infancia. La casa de discos deberá limitar la promoción. Los beneficios serán revertidos a una obra social.

Queda suelto el cable del papel que jugará en el Elíseo, donde ha empezado a ser loada su influencia a la hora de sosegar el estilo hiperactivo del presidente e introducirle en los ámbitos intelectuales. Más cultivada que Sarkozy, Carla no quiere ser solo la cara bonita de la República. Desea sentirse "globalmente útil" y busca la forma de implicarse en el campo humanitario. Ya se habla de ella como la nueva Lady Di.