Quizá sea la voz de la experiencia o la imprudencia de quien ya se siente más allá del bien y del mal, pero el expresidente Jimmy Carter se ha atrevido a decir en público lo que mucha gente piensa en EEUU, un país donde, pese a los innegables avances de las últimas décadas en materia de derechos civiles, la tensión racial sigue latente.

Unas veces es la conducta reprobable de pomposos clubs de recreo de las élites que no quieren prestar sus instalaciones para que niños de las minorías se relajen practicando natación; otras, el enfrentamiento entre un policía blanco y un respetado académico negro que acaba con el profesor en el calabozo y obliga al presidente a recurrir a la "diplomacia de la cerveza".

Carter aseguró a la NBC que muchos de los ataques contra Barack Obama se deben a las ideas racistas que aún hacen estragos. "Una proporción abrumadora de la intensa animosidad que hay hacia el presidente se basa en el hecho de que es un hombre negro", lanzó.

El expresidente no escondió su "profunda preocupación" por la creencia extendida entre muchos blancos de que los negros no están cualificados para liderar EEUU. "Es algo abominable", añadió Carter.

EL INSULTO El exmandatario demócrata se refirió en particular a la polémica desatada estos días después de que el republicano Joe Wilson llamara "mentiroso" a Obama durante su discurso ante el pleno del Congreso sobre la reforma sanitaria.

Carter no dudó en tachar de "ruines" los comentarios del congresista y los enmarcó en la tensión racial que subyace "desde hace décadas" en la política de EEUU. "No es solo el jefe del Gobierno; es el jefe del Estado. Y no importa quién sea o que estemos en desacuerdo con sus políticas, el presidente debe ser tratado con respeto", remachó.

El exabrupto ha provocado un hecho insólito que no se registraba desde hace más de dos siglos: la Cámara de Representantes aprobó ayer una resolución de condena al comportamiento de Wilson. El hasta hace unos días desconocido legislador ya pidió disculpas en privado por su comentario, pero ayer se negó a hacerlo en público, y ahora se ha convertido en un nuevo símbolo de la parte más reaccionaria del partido republicano que lleva semanas intentando tumbar la reforma sanitaria.

El comité de Finanzas del Senado publicó ayer una nueva propuesta de ley que elevaría la factura de la reforma a unos 580.000 millones de euros y no incluye la opción pública defendida por la Casa Blanca.