El 30 de enero, medio centenar de líderes religiosos de EEUU pidieron a George Bush una reunión para expresarle sus objeciones a la guerra. Datos como éste dejan clara la importancia que el Gobierno da a los 65 millones de católicos estadounidenses, parte esencial de su electorado.

Muchos de esos católicos confiesan sentirse divididos entre el apoyo al Papa, que rechaza la guerra, y el cierre de filas en torno a Bush. Y éste sabe que no puede desatenderlos, sobre todo después de las elecciones del 2000, en las que parte del voto católico huía hacia el partido demócrata.