China sudó para que las sanciones de la ONU a Corea del Norte no afectaran a su misérrimo pueblo. De la poda quedaron las prohibiciones a comerciar con armas no convencionales y la entrada de bienes de lujo. La primera le afectará muy poco, y la segunda, muchísimo menos. Más que a finos cálculos geopolíticos, el acuerdo huele a bofetada a Kim Jong-il, reconocido tirano y gurmet. "Los norcoreanos han perdido altura y peso medio en los últimos años y quizá esto será una dieta para él", dijo el embajador de EEUU en la ONU, John Bolton.

Kim Jong-il es una nebulosa de rumores en la que es difícil saber donde empieza la leyenda. El libro Yo, chef de Kim Jong-il es verosímil por venir de su cocinero y amigo durante 13 años. Kenji Fujimoto vive escondido en Japón desde que presentó su libro con barba postiza, gafas de esquiar y chaleco antibalas. En el libro relata sus viajes en busca de caviar iraní, melones chinos, papaya tailandesa, cerveza checa, carne de cerdo danesa y pescado japonés. También habla de almuerzos con sopas de aleta de tiburón y cenas con las bailarinas de la Brigada del Placer que terminaban más allá del alba.

Cuenta Fujimoto que la bodega de Kim Jong-il cuenta con 10.000 botellas y gasta 520.000 euros anuales en coñac francés. Se bebió 10 vasos en una cumbre con el presidente surcoreano en el 2000, pero dicen que ahora prefiere el vino a sorbos a trasegar botellas sin freno.

A prueba de misiles

Konstantin Pulikovsky, un enviado especial, afirma en su libro que en el viaje de Kim a Rusia hacía abastecer los 16 vagones a prueba de misil de su tren privado con langostas vivas en cada estación, que eran comidas con palillos de plata. A la altura de Siberia, devolvió uno de los platos porque los pepinos eran búlgaros y no habían sido adobados con el estilo ruso.

En la biografía El Querido líder , Michael Breen asegura que Kim tiene a sueldo a chefs italianos que le preparan deliciosas pizzas. Kim no es el único con gustos tan refinados en un continente con tantas desigualdades como Asia. Pero Kim preside un país donde han muerto dos millones de personas de hambre y, a mediados de los 90, la ración individual de 100 gramos de arroz aportaba la quinta parte de las calorías que la ONU fija para los refugiados. Muchos ya sobrevivían a base de hierbas y cortezas de árboles.