Los pogromos de ciudadanos uzbecos en el sur de Kirguistán están originando en Asia central una catástrofe de consecuencias impredecibles. Más de 75.000 personas han intentado o intentan huir del acoso de las bandas de kirguises a través de la frontera con Uzbekistán, situada a escasos kilómetros de Osh, la segunda ciudad del país. Desbordadas por un flujo humano que no ha cesado desde que se iniciaron los disturbios, las autoridades de Tashkent anunciaron ayer por la tarde que cerrarían su frontera.

Según el Ministerio para las Situaciones de Emergencia de Uzbekistán, unos 60.000 refugiados han sido censados y se encuentran en la región uzbeca de Andiyán, donde se han habilitado campos con personal médico.

AYUDA URGENTE Muchos de los huidos que llegan a la frontera son mujeres, ancianos y niños que necesitan ayuda urgente. El vicepresidente del Ejecutivo kirguís, Azimbek Beknazárov, visitó la frontera e intentó calmar los ánimos. "Invité a esas personas a que regresaran a sus casas, pero me dijeron que sus vivendas habían sido pasto de las llamas, por lo que se organizarán campos de refugiados con tiendas de campaña para acoger a esa gente", indicó. Las autoridades kirguisas tratan de convencer a los uzbecos que están en la frontera de que no crucen al país vecino.

La cuestión que se cierne sobre la región es si el derrocado presidente kirguís, Kurmanbek Bakíyev, exiliado en Minsk, está detrás del conflicto atizando la violencia interétnica, lo que elevaría el riesgo de que la situación degenerara en una guerra civil. El domingo pasado, el exdirigente negó tales sospechas.