Se han alimentado en estos 18 días con dos cucharadas de atún y medio vaso de leche cada 48 horas. Algunos presentan problemas oculares causados por esas nubes de polvo densas como muros. Uno sufre dolores estomacales. "Por lo demás, estamos bien, esperando que nos rescaten", dijo Luis Urzúa en nombre de los 33 mineros atrapados 700 metros bajo tierra. "Quiero que sepan que en las afueras de la mina se ha instalado un campamento con todas sus familias. Y que el país entero los ha estado siguiendo estos días", les contó el ministro de Minería, Laurence Golborne, por teléfono.

Chile ha empezado a vivir en tiempo real las fases del rescate. "Probablemente no van a estar con nosotros en la superficie para el Bicentenario el 18 de setiembre, pero sí para Navidad y Año Nuevo", aseguró ayer el presidente del país, Sebastián Piñera. Fue él quien encabezó la oración ecuménica que se realizó en el Palacio de La Moneda para celebrar el "milagro".

Mientras, en Copiapó, a 800 kilómetros al norte de Santiago, en las inmediaciones del yacimiento, la angustia cedía paso a otro tipo de expectativa. Los familiares ya no solo se encomiendan al cielo. Cantan, bailan y hasta cuentan esos chistes de doble sentido. Empiezan a hacer planes futuros. Imaginan.

"Te quisimos enviar una pelota pero no pasa por la sonda, así que no podrán tener pichanga diversión abajo", le hizo saber Carolina a su padre Franklin Lobos, el exfutbolista que forma parte de un nuevo equipo de héroes nacionales: los 33.

15 METROS AL DIA Carolina no está sola. Hellen tiene 17 años y un bebé. Ella también espera a su pareja, Jimmy Sánchez, el minero más joven que se encuentra en la mina San José, dos años mayor que ella, y dos años menos de lo que la ley establece para trabajar en un socavón. "Para mí ha sido un calvario. Ahora quiero que la niña esté cerca de su papá y saber cada avance del rescate", dice Hellen.

Carolina, Hellen y todos los demás ya pueden comunicarse rudimentariamente con los mineros atrapados. Desde el lunes funciona un conducto de plástico por donde se envían mensajes, provisiones --suero glucosado y alimentos concentrados, que se diluyen en agua y, muy pronto, en estado sólido-- y que, además, permite establecer un enlace auditivo entre las profundidades y la superficie. Las máquinas estaban terminando otras perforaciones que facilitarán la ventilación.

A la par, se excavará un túnel vertical de 688 metros, a una velocidad de 15 metros diarios. El proceso de rescate ya tiene escrito un riguroso protocolo que los mineros deberán cumplir a rajatabla. Los socorristas quieren saber todo sobre ellos: quién lidera el grupo, la situación del aire, si han tenido golpes, diarrea o vómitos. El ministro de Salud, Jaime Mañalich, llegó a Copiapó con una preocupación: crear las condiciones sanitarias que eviten infecciones. Los mineros recibieron cápsulas con alcohol en gel. Además, se establecieron rutinas de ejercicio que se irán perfeccionando con el apoyo de expertos en espacios reducidos de la NASA. "Los 33 deben estar en condiciones para el momento crucial y ninguno puede tener un perímetro abdominal superior a los 90 centímetros", explicó el ministro.

A lo largo de 17 días, los 33 hicieron esfuerzos colosales para mantenerse en pie. Excavaron para encontrar agua y la bebieron a sorbos. Unas latas de melocotón en conserva quedaron en sus manos tras el derrumbe como un regalo extravagante. El instinto los llevó a detectar las zonas del refugio con mejor ventilación y temperatura.

"Pensábamos que nos encontraríamos con un grupo más bien obnubilado, con pérdida de capacidad de conciencia, lenta reacción y baja capacidad auditiva y visual", dijo el psicólogo coordinador, Alberto Iturra, como si no pudiera aún creer hasta dónde pueden llegar las reservas del hombre.