La tormenta política se sabía cierta desde que Washington confirmara la semana pasada la recepción al dalái lama. Y aunque la Casa Blanca la despachó minimalista y semiclandestina, China no descuidó la liturgia: mostró su resuelta oposición, aludió a la inviolabilidad de su soberanía, alertó de la amenaza a las relaciones bilaterales e instó a Washington a reparar el daño. Por el camino también convocó al embajador de Estados Unidos, Jon Huntsman, quien recibió la filípica respondiendo que "es el momento de cooperar en beneficio mutuo".

"La acción de EEUU es una grave injerencia en los asuntos internos chinos, hiere profundamente los sentimientos del pueblo chino y perjudica las relaciones bilaterales", señaló Ma Zhaozu, del Ministerio de Relaciones Exteriores, quien añadió que Washington había "violado burdamente" las normas básicas de convivencia internacional.

La reunión se daba por hecha porque a Obama le era imposible justificar un tercer renuncio al dalái lama. Los análisis más realistas ya explicaban que las advertencias chinas previas a la cumbre buscaban más rebajarla que anularla, degradarla a la esfera privada e impedir actos oficiales como la entrega de la Medalla de Oro en el Congreso dos años atrás. Los desvelos de la Casa Blanca por escenificar que recibía a un líder religioso y no político rozaron la descortesía. No hubo rueda de prensa ni televisiones y al dalái lama se le dio audiencia en la Sala de Mapas, muy alejada del Despacho Oval. Obama se ventiló la visita con un escueto comunicado que resaltaba el apoyo a la vía pacífica.

SONDEO Obama actuó en sintonía con su electorado. En una reciente encuesta de la televisión CNN, la mayoría de los ciudadanos estadounidenses apoyaban la independencia tibetana, pero consideraban prioritario mantener las buenas relaciones con China a tomar partido por la región autónoma china.