Primero Taiwán y ahora el mar del Sur de China. Donald Trump sigue metiendo el dedo en el ojo a Pekín y flirteando con un conflicto armado entre las dos grandes potencias globales. La prensa oficial china ha alertado hoy de ese escenario si Estados Unidos cumple su amenaza de prohibir a China el acceso a sus islas artificiales.

El último fuego fue prendido por el inminente secretario de Estado, Rex Tillerson, quien igualó la construcción de esas islas a la toma rusa de Crimea. “Primero enviaremos a China una clara señal de que la construcción de esas islas tiene que acabar y, después, de que su acceso a esas islas no será permitido”, dijo esta semana el expresidente del gigante petrolero Exxon Mobile.

El Ministerio de Exteriores apenas ha respondido que China tiene derecho a gestionar su territorio como le venga en gana. Pekín suele delegar la defensa fragorosa a la prensa oficial. “Si el equipo diplomático de Trump define el futuro de las relaciones sinoestadounidenses como ahora, es mejor que las dos partes se preparen para un enfrentamiento militar”, asegura el diario ultranacionalista 'Global Times'. “A no ser que Estados Unidos esté planeando una gran guerra con China, cualquier amenaza de impedir su acceso a las islas es ingenua”, continúa.

REVOLTIJO DE SIMPLEZA

El diario 'China Daily' ha descrito las declaraciones de Tillerson como un “revoltijo de simpleza, falta de vista, viejos prejuicios y fantasías políticas” que empuja hacia una “confrontación devastadora”. “¿Cómo podría Estados Unidos impedir el acceso de China a su territorio sin interpretarlo como una invitación a respuestas defensivas legítimas?”, se pregunta. Es el mismo tono inflamado del mes pasado para responder al coqueteo de Trump con Taiwán.

Esas islas han generado controversia desde que China empezó a levantarlas en medio de las aguas dos años atrás. Los satélites han mostrado que cuentan ya con pistas de aterrizaje y tecnología militar de defensa. Sostiene Pekín que prestará servicios a la navegación marítima global pero Washington y algunos de los seis países con pretensiones en el Mar del Sur de China sólo ven en ellas instrumentos de control territorial y militar. Por la zona pasa cada año un tráfico marítimo de cinco billones de euros.

Trump no ha pisado aún la Casa Blanca y ya ha evaporado una de las escasas buenas noticias de su elección. Se presumía que su anunciado regreso a los cuarteles rebajaría la tensión en el Pacífico que habían provocado los esfuerzos de Obama por contrarestar la influencia china en la zona. Las pugnas sinoestadounidenses se limitarían a las comerciales, sostenían los expertos. Pero Obama siempre comprendió que ciertas acciones carecían de marcha atrás. Ni discutió la política de una sola China ni amenazó con impedir el acceso a sus islas. Se limitó a proclamar el derecho de navegación internacional y enviar a algunos barcos y aviones frente a las islas que provocaron alguna fricción militar menor. No parecen más que travesuras en el cuadro actual.

HERIDAS HISTÓRICAS

En el Pacífico se juntan viejas reclamaciones territoriales, potencias emergentes, vastos recursos naturales, heridas históricas sin cauterizar, primeros ministros nacionalistas y dictadores atómicos. La zona más erógena del planeta exige un tacto extremo para evitar conflictos fatales. Incluso los aliados tradicionales de Washington han entrado en pánico con las provocaciones estadounidenses. El exprimer ministro australiano, Paul Keating, ha criticado a Tillerson por sugerir que su país debería apoyar a Washington en una confrontación con China.

Keating asegura que Australia le tiene que aclarar a Trump que no participará “en ese tipo de aventuras, como debimos hacerlo quince años atrás con Irak”. También califica de “simplemente ridículo” que esas islas amenacen la economía global. “Ningún país quedaría más afectado que China si impidiera la navegación ahí. Por otra parte, la prosperidad de Australia y la seguridad del mundo sería devastada por la guerra”, ha terminado.