Chirac tiene un serio problema. Después de su paseo triunfal en las presidenciales diseñó un partido a imagen y semejanza del fiel Juppé, su lugarteniente desde hace 20 años, el que le cubría las marrullerías administrativas, el que le escudaba contra los rivales del partido, el que le servía de sacrificado fusible en situaciones desesperadas. La condena de Juppé deja a Chirac desamparado ante la ambición del ministro del Interior, Sarkozy, y ante la fragilidad de su Unión por la Mayoría Presidencial.

*Periodista.