Los responsables de las fuerzas del orden de Chicago llevan días sugiriendo a los ciudadanos que busquen locales en sus barrios donde seguir mañana el resultado electoral y el discurso de Barack Obama. Temen una avalancha incontrolable en Grant Park, el parque público que acogerá el rally demócrata. Pero el alcalde, Richard Daley, se resiste e insta a la población a acercarse al parque, donde se calcula que pueden reunirse hasta un millón de personas.

La llamada de Daley a salir a la calle y, potencialmente, celebrar la victoria es muy significativa. Y es que el entusiasmo con la posible victoria de Obama de un político blanco que lleva casi 20 años de primer edil y que encarna el establishment y las dinastías (su padre fue alcalde otros 21 años) representa las alianzas políticas que ha sabido forjar el candidato demócrata en una de las ciudades políticamente más complejas de EEUU y lo confirma como una bestia política.

UNA CARRERA FIRME Las bases de la carrera de Obama empezaron a asentarse en Chicago a finales de los 80, cuando trabajó como organizador comunitario en uno de los barrios más deprimidos de la ciudad. Pero el verdadero pistoletazo de salida llegó unos años más tarde, cuando tras pasar por Harvard --donde fue el primer negro en dirigir el Harvard Law Review --, decidió regresar a Chicago y hacer de la ciudad su casa y el escenario de sus aspiraciones.

Inicialmente, su epicentro fue Hyde Park, un bastión de independencia frente a la legendariamente poderosa maquinaria demócrata de Chicago. Mientras estaba allí, dio clases en la universidad, estableció alianzas con intelectuales e izquierdistas, participó en un exitoso programa de registro de votantes (en el que pueden encontrarse las semillas de su capacidad de movilización en la actual campaña electoral) y trabajó para una de las firmas de abogados más progresistas de la ciudad. Estaba sembrado ya el germen de la imagen de reformista de Obama.

Pronto empezó a mostrar su ambición. Y en 1995, en el mismo hotel donde 12 años antes Harold Washington se había proclamado primer alcalde negro de Chicago, anunció su candidatura al Senado estatal. Y las palabras que pronunció resuenan como un eco para cualquiera que le escuche hoy: "Quiero inspirar una renovación de la moral en la política", proclamó Obama entonces.

PUENTES CON LIDERES NEGROS Elegido con facilidad en 1996, Obama se metía en el corazón de la máquina política. Pero le quedaban obstáculos para seguir avanzando. Y en 1999, cuando no logró imponerse en una carrera electoral con un candidato negro al Congreso federal, comprobó que debía establecer con los líderes de la comunidad negra puentes como los que había creado con los progresistas. Lo hizo poco a poco, ayudado por los contactos de su esposa, Michelle, siempre asesorado por su actual estratega, David Axelrod, y dando calculados pasos.

Por ejemplo, eligió Trinity Church como su iglesia tras estudiar otras y comprobar que no tenían la misma influencia en Chicago que la congregación que dirigía Jeremy Wright. Y siguió también acercándose a la élite económica y social, más cercana al establishment que a los núcleos independientes de sus primeros años.

En el año 2002 empezó a verse capaz de ganar un escaño en el Senado en Washington. Y lo logró en el 2004, después de dar en la convención demócrata su ya famoso discurso. Aquella intervención convirtió a Obama en estrella nacional. Y su brillo puede culminar mañana, precisamente en la misma ciudad que lo alumbró.