"Aquí la gente odia a los americanos, y los demás les dan igual; no me importa que sean los talibanes o el Gobierno, solo quiero que nos den seguridad y podamos trabajar". Mientras sirve platos de cordero con zanahoria y cuencos con tomate y cebolla, este propietario de una casa de comidas esboza sus quejas ante el enorme deterioro experimentado en los dos últimos años en el distrito.

Estamos en el centro de Shindand, a 80 kilómetros de Herat, lugar que, para las tropas españolas, es sinónimo de atentados suicida. Las dos ultimas bajas se produjeron aquí en noviembre, cuando un kamikaze estrelló su vehículo contra un convoy y mató al brigada Juan Andrés Suárez y al cabo primero Rubén Alonso Ríos. El primer atentado suicida contra los españoles fue en este lugar en el 2006.

Sin cámaras, sin blocs de notas y vestidos con ropa local. Así tomamos el taxi en Herat que nos llevó ayer hasta Shindand. Mansoor, mi ayudante, me pidió que no hablara y que fijara en mi memoria todo lo que deseara recordar. Pese a que la policía en Herat nos asegura que la ruta es segura, preferimos extremar las precauciones.

Los primeros 60 kilómetros son de asfalto. La única inquietud son los convoyes militares en sentido contrario que obligan al taxi a detenerse en la cuneta para no levantar sospechas. Pero es en los últimos 24 kilómetros el viaje se torna en desafío.

Hay que estar pendiente del horizonte para atisbar rastros de arena sospechosos, de vehículos que hayan realizado giros extraños o se dirijan rápidamente hacia nosotros. Son unos últimos kilómetros en los que no hay nada más que desierto. La pista se torna de nuevo en asfalto nada más entrar en la ciudad. Con los habituales puestos de venta de comestibles, nada parece indicar que en Shindand la excepcionalidad preside el día a día.

Mientras Mansoor habla con algunos locales, yo me quedo en el coche. Pocos pósteres electorales, pero ningún atisbo de la animación que debería existir en un lugar donde este jueves eligen presidente. Y es que la ciudad de Shindand seguirá siendo durante mucho tiempo la piedra en el zapato de las tropas españolas.