De las muchas enseñanzas que Hillary Rodham Clinton atribuye a su madre, la mujer que fue “la mayor influencia” de su vida, hay una que lleva grabada a fuego: “No puedes abandonar. Tienes que llegar al final de lo que has empezado”.

Dorothy Rodham, que nació el día de 1919 en que el Congreso de Estados Unidos aprobaba el sufragio femenino y falleció en 2011, no ha podido presenciarlo, pero la marca indeleble que dejó en su hija se ha hecho visible para el mundo. Y este jueves, en el Wells Fargo Center de Filadelfia que ha acogido la Convención Demócrata, aquella niña que a los 14 años escribió a la NASA preguntándoles qué hacer para cumplir su sueño de ser astronauta y a la que respondieron diciéndole que no aceptaban mujeres, alcanza otro planeta hasta ahora inexplorado en EEUU. A los 68 años, Clintonse corona como la primera mujer nominada por uno de los dos grandes partidos a la Casa Blanca. La conquista de la última frontera, el 'Madame president' que se ha oído ya en 52 países pero es inédito en EEUU, está a un paso.

Todo en la convención ha estado diseñado para ayudarle a darlo. Con el apoyo de Bernie Sanders, su rival en primarias cuyo éxito demostró la fractura interna en el Partido Demócrata entre el aparato y la tradición y la cada vez más numerosa base progresista, ha logrado reducir esa brecha, aunque no cerrarla.

En un milimetrado espectáculo que han seguido por televisión cada día unos 20 millones de personas, decenas de oradores (madres de víctimas de armas de fuego y gente con discapacidades, líderes sindicales e inmigrantes, gays y militares y artistas y políticos) han pasado por el escenario poniendo ejemplos del compromiso vital y político de Clinton con sus ideales.

Y el culmen del poder, Barack Obama, ofrecía el miércoles el más contundente alegato personal y político a su favor. “Nunca ha habido un hombre o una mujer -ni yo ni Bill (Clinton), nadie­-, más cualificado que Hillary Clinton para servir como presidente de EEUU”.

EL RETO DEL TERCER MANDATO

Los dos antiguos rivales y luego colaboradores son ahora alianza. Y aunque el llamado “tercer mandato” es un reto -porque ningún demócrata ha conseguido desde antes de la segunda guerra mundial suceder a un presidente de su partido que haya pasado ocho años en el cargo- tanto Clinton como Obama ven la victoria de la candidata el 8 de noviembre como una necesidad imperiosa para EEUU. Para ellos no está solo en juego el legado de Obama, sino la esencia de la democracia estadounidense que ven amenazada por Donald Trump.

El miércoles era Obama quien alertaba sin ambages de esa amenaza contra los valores estadounidenses, definiendo al empresario como un “demagogo” en la misma categoría que “fascistas, comunistas y yihadistas”, cuya propagación de un mensaje de “resentimiento, vergüenza, rabia y odio” contrasta con su visión de un país “decente y generoso”. Y el jueves era Clinton a quien le tocaba el encargo de dibujar la cita con las urnas como una elección entre fuerzas que están diviendo al país económica y socialmente y su promesa de unión para hacer de EEUU “un país mejor, más libre y más justo”, según había avanzado su campaña.

Su discurso estaba obligado a ser algo más. Clinton es consciente del escepticismo que provoca, del lastre que carga tras más de tres décadas en la vida pública que le han hecho una de las figuras políticas más polarizantes e impopulares. Y debía superar su famosa alergia a revelarse, sus carencias de comunicadora. Otros la han retratado durante cuatro días de como digna de confianza. Era su turno.

Su intervención estaba también diseñada para identificar su candidatura como más que la culminación de una ambición personal, una de las críticas que se le hacen y que la campaña intenta mitigar (en los objetos promocionales al eslogan “Estoy con ella” les ha salido la compañía del “Ella está con nosotros”). Y el mensaje, inspirado en el título de su cuento infantil It Takes a Village (Es labor de todos), era una llamada.

Por un lado, a los demócratas, incluyendo los más progresistas que desconfían de ella a los que Obama recordó que, “si son serios sobre la democracia, no pueden permitirse quedarse en casa porque Clinton no se alinea en todos los temas” con ellos. Pero también a los independientes y a los republicanos desencantados con la vertiente nativista y demagógica por la que Trump ha llevado al Partido Republicano.

Como ha dejado clara toda la convención, y especialmente el discurso de Obama, el ascenso de Trump ha dado una vuelta de tuerca a los conceptos tradicionalmente asociados a los dos partidos. Ahora es Obama quien habla de la “brillante ciudad en la colina” de Ronald Reagan y los republicanos tienen un líder que cuestiona la fortaleza de EEUU, centrándose en sus fallos y problemas.

En estos tiempos convulsos, Clinton aprovecha la oportunidad. Sus propuestas, asegura, no se pueden etiquetar con el partidista “demócrata”. Simplemente tiene que presentarlas como de “sentido común”.