El mercado de Peepal Mandi de Peshawar, en el convulso noreste de Pakistán, es pequeño, pero siempre está hasta la bandera. Las mujeres, que acuden a hacer la compra con sus hijos, son las principales clientas porque las verduras y los productos para el hogar rebosan en sus paradas callejeras. Eso explica que decenas de mujeres y niños se encuentren entre las 92 personas que ayer perdieron la vida cuando un coche bomba, cargado con 150 kilogramos de explosivo, estalló en el corazón del mercado por la mañana, a la hora de máxima actividad. Los heridos ascienden a casi 200 y anoche aún habían personas entre los escombros.

Un par de horas antes de la masacre, la más mortífera en el país desde hace dos años, la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, aterrizaba en la capital, Islamabad, en una visita oficial destinada a suavizar las tensas relaciones de Estados Unidos con el país aliado.

Pese a que nadie se atribuyó el atentado, las autoridades no dudaron en asegurar que el ataque lleva la firma de los talibanes.

OCTUBRE NEGRO Algunas interpretaciones ven el atentado de ayer como un saludo de los insurgentes a la secretaria de Estado, pero lo cierto es que es el último de la ola de atentados que, durante octubre, ha causado más de 300 muertos en el país.

También se analiza como la respuesta de los talibanes a la ofensiva del Ejército paquistaní hace dos semanas en la región de Waziristán del sur, un bastión insurgente, donde el Ejército asestó un duró golpe el sábado al tomar el control de Kotkai, cuna de Hakimulá Mehsud, líder de los talibanes paquistanís.

De hecho, la fuerte presión militar se remonta a la primavera en el valle del Swat, otro de los epicentros de la resistencia talibán. Desde entonces, miles de personas han abandonado sus hogares en la Provincia Frontera del Noroeste (NWFP).

Los testigos de la masacre en el mercado de Peshawar detallaban ayer escenas devastadoras. "Vi a gente muriendo y gritando en la calle", explicaba consternado Mohammed Siddique.

La explosión no solo derrumbó los edificios adyacentes sino también provocó un incendio que no tardó en expandirse de comercio en comercio. El polvo de los edificios derruidos impedía localizar a las víctimas aún vivas, que emitían gritos desgarradores. Ni las ambulancias, ni los miembros de los equipos de emergencia ni la sangre para asistir a los heridos eran suficientes. No había bastante de nada ante tamaña carnicería.

Tanto el primer ministro de Pakistán, Yusuf Razá Guilani, como el presidente, Asif Alí Zardari, condenaron el atentado, el más mortífero desde que el 18 de octubre del 2007 un suicida acabó con la vida de unas 150 personas a la llegada de la exprimera ministra Benazir Bhutto a Karachi. La propia Bhutto fue asesinada dos meses después en otro atentado.

DESAFIANTE Flanqueado por Clinton en la rueda de prensa, el secretario de Estado paquistaní, Shah Mehmud Quereshi, alertó de que Pakistán ha entrado en una "fase crítica" en la lucha contra la insurgencia. En tono desafiante aseguró: "Matando a inocentes no minaréis nuestra determinación".