"Vamos para allá, mi gente, mi buena gente". Quien habla así es Fernando Collor de Mello en su versión 2006. Casi tres lustros después de haber sido desalojado de la presidencia de Brasil por un escándalo de corrupción, Collor ha regresado a la escena política con nueva esposa y nuevo peinado que oculta sus canas. El hombre al que en 1992 el entonces izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) hizo blanco de sus campañas moralizantes de la política, puede ahora convertirse en senador por el Partido Republicano de los Trabajadores Brasileños (PDT). Las encuestas le dan una ventaja de cinco puntos sobre su rival. Lo irónico no es solo el retorno de un símbolo de la deshonestidad. Collor se ha vuelto lulista y quiere dar asistencia social a 500.000 personas en el pobre estado de Alagoas.

El caso de Collor sería una triste anécdota si fuera algo aislado. Se disputan 513 escaños y hay 63 parlamentarios, oficialistas y opositores, acusados de corrupción que aspiran a continuar en el Congreso. El grupo forma parte de los 91 diputados que están siendo investigados. Es una cifra récord en la historia brasileña.