El cónclave se inicia esta tarde en la Capilla Sixtina sin que los dos grupos de electores que se han formado alrededor del cardenal alemán Joseph Ratzinger, acérrimo defensor del legado de Karol Wojtyla, y el jesuita Carlo Maria Martini, elevado a la categoría de icono de la progresía católica durante el largo pontificado del Papa polaco, hayan mostrado las cartas que guardan en la manga.

Aparentemente, Ratzinger se postula a sí mismo, pero aunque fuera así no parece fácil que pudiera alcanzar los 77 votos necesarios para convertirse en Juan Pablo III. Entre otras razones porque no es santo de la devoción de alemanes y estadounidenses, con gran ascendente sobre las iglesias del Tercer Mundo, a las que financian generosamente. Por su parte, Martini, enfermo y retirado en Jerusalén, es el abanderado de la alternativa, una opción que avala en teoría al arzobispo que le ha sucedido en Milán, Dionigi Tettamanzi, como nuevo líder de la Iglesia.

Fuentes próximas a los electores sostenían ayer que Ratzinger dispone de poco más de 40 de los 115 votos en liza y que, aunque los cardenales decidan esperar a mañana para empezar a emitir los sufragios oficiales, esta misma tarde podrían realizar una votación de tanteo, sin fumata, para medir las fuerzas de cada grupo y propiciar los contactos y alianzas durante las horas previas a la sesión del día siguiente. Todo ello con vistas a aclarar la situación.

IGNORADOS El vaticanista John L. Allen señalaba ayer en el semanario National Catholic Reporter que un buen número de purpurados no europeos, que apenas tiene contactos en la curia y ni siquiera hablan italiano, no han sido invitados a ninguna de las reuniones informales donde se han cocinado las estrategias electorales, lo que convierte en una incógnita el sentido de su voto. Ello aconsejaría todavía más la realización de un escrutinio orientativo.

El martes comenzarán a brotar, sin lugar a dudas, otros nombres, que hasta ahora han sido mantenidos a resguardo de las invectivas de sus oponentes, para avanzar hacia una solución de compromiso.

Si al fin se apuesta por un papado corto, de transición, y se busca un pontífice italiano para recuperar la tradición que en los últimos cinco siglos sólo ha roto Wojtyla, los inquilinos de la Sixtina podrían fijarse en Angelo Sodano, de 77 años, último secretario de Estado, o en Giacomo Biffi, de 76 años, arzobispo emérito de Bolonia. Algo más jóvenes, y con más fuerza, surgen los nombres de los titulares de las diócesis de Génova y Florencia, Tarcisio Bertone, 70 años, y Ennio Antonelli, de 68. El patriarca de Venecia, Angelo Scola, de 63, parece demasiado joven. No así el ministro de los obispos, Giovanni Battista Re, de 73.

Por otra parte, los nombres del nigeriano Francis Arinze, 72, y del indio Ivan Dias, de 69, cobran actualidad. Si finalmente hubiera que recurrir a un papa de la región con más católicos, el brasileño Claudio Hummes, o el hondureño Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, surgen de forma recurrente. Hay quien se empeña en citar al arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo, algo que no deja de ser exótico, aunque nada es imposible.