Nada desde la lejanía justifica su reputación, ni los verdes arrozales ni las frondosas colinas. Hay en Shangba casas de adobe y corrales, críos semidesnudos y gallinas en calles embarradas, y carnicerías ambulantes con las piezas en ganchos y ventiladores afanados en espantar a las moscas del calor del trópico. No hay más pobreza que la habitual de la China rural. Es necesario acudir al río Hengshi, sobre cuyo puente grita Yun Yaoshun a los niños que dejen de chapotear, y ver sus aguas turbias y viscosas avanzando morosamente sobre un lecho de barniz anaranjado y metálico.

Yun, de 82 años, perdió a dos de sus nietas por cáncer de estómago y riñón, con 12 y 18 años. Sus padres no podían pagar las medicinas y demoraron demasiado las pruebas para detectarlo. Murieron sin haber pisado el hospital. Una tercera está siendo examinada por un dolor en el hígado. "Venían a jugar cada día al río. Vengo ahora para pedir a los chavales que salgan del río, pero son muy traviesos. Llegué aquí en 1940. El caudal a veces causaba inundaciones. Mira ahora, apenas hay un palmo. El agua era transparente y las cosechas eran abundantes. Hace décadas moríamos de hambre. Hoy, por la contaminación. Ese es el cambio de China. Me gustaría irme, pero nadie en el pueblo tiene dinero para ello".

En las últimas cifras oficiales, las muertes de cáncer aumentaron un 19% en las ciudades y un 23% en las zonas rurales en el 2006 respecto al año anterior. No hay datos actualizados sobre Shangba. El jefe local del partido nos echa tras preguntárselo. Pocas familias no han sido mordidas por el cáncer aquí. Se muere muy joven de cánceres de ancianos. Cualquier pequeño dolor persistente conduce al pánico. La prensa local ofrece datos deslavazados: 210 de los 250 muertos entre 1986 y 1999 se atribuyen al cáncer. También 9 de los 11 del 2005. El más joven tenía 7 años.

"A mi hermano, cuando tenía 35 años, le dolió la espalda. Dos meses después recibió el diagnóstico y murió tres después. A mí me duele ahora. Tengo el hígado destrozado. Ya veremos qué pasa". He Wengjian, 37 años, ha dejado de cultivar caña de azúcar. Tiene dos hijos de 5 y 8 años, y viven con los 800 yuanes (86 euros) de su mujer. Sus medicinas se llevan la mitad. A menudo piden prestado a familia y vecinos. Tras años de batalla, el Gobierno local abrió un suministro de agua purificada para beber y cocinar.Del río sigue saliendo el agua para la higiene, que causa erupciones, y la cosecha, de donde se filtra a la cadena alimentaria a través del arroz. Los que lo cultivan ocultan su origen en el mercado o lo venden a precios irrisorios. El agua purificada cuesta 30 yuanes (3 euros) mensuales, y la alternativa es el veneno gratis.

Esos campesinos de Shangba, un recóndito poblacho de la provincia de Guangdong, metaforizan el reto de la economía china. Vender manufacturas al mundo ha sacado de la pobreza a 300 millones de chinos durante tres décadas. Pero el modelo de fábrica global da al fin síntomas de agotamiento y Pekín pretende virar hacia el consumo interno. Ocurre que los chinos tienen la tasa de ahorro más alta del mundo, en gran parte por la ausencia de seguro médico. Una rutinaria operación quirúrgica en Occidente descabalga aquí una economía familiar y saca a los hijos de la escuela. El gasto sanitario cubrió la mitad de los ingresos familiares en el 2008, según la revista Lancet. La previsión es obligada, porque los servicios se pagan al contado y por adelantado al hospital, que suele atiborrar de medicamentos necesarios o no para financiarse.

Pekín aprobó el pasado año una monumental reforma de casi 100.000 millones de euros con aroma del pasado. Pretende cubrir a todos los chinos en el 2011 con algún seguro para las dolencias leves y el grueso de las graves. Es el primer paso hacia un seguro universal en el 2020. Si funciona, y China suele dejar en mal lugar a los escépticos, será una de las mayores revoluciones que ha visto el país. En paralelo a la mejora sanitaria, permitirá a los chinos rurales sacar los ahorros de bajo la almohada y abrazar el consumismo, espoleando la economía china, que es tanto como decir la mundial.

Una carretera estriada y meandrosa permite escoltar al río Hengshi curso arriba. Es uno de los cinco más contaminados de China, y figurar en esa lista no es fácil. Un estudio reciente concluía que ninguna forma de vida acuática podía resistir más de 24 horas. No se ha visto un pez en 30 años y tampoco hay ya mosquitos. Tiene 11 veces más plomo, 224 más hierro, 6 más cobre, 4 más estaño y 10 más cadmio que otros ríos de la región.

Dabaoshan es una montaña eviscerada en permanente frenesí de excavadoras y camiones que acuden vacíos y parten cargados. La gestiona la empresa Guangdong Dabaoshan Mining, pero también hay explotaciones privadas menores y lugareños buscando con palas en montículos de tierra descargados en los márgenes de la carretera las piedras metálicas que han escapado de los exámenes previos.

Van al río

Los metales pesados se filtran al río, que los arrastra unos 50 kilómetros, 200 si hay fuertes lluvias. Más allá de Shangba está Yanghe, Tangxin, Liangqiao, con problemas parecidos. Es la mayor mina de la provincia. Extrae 3.300.000 toneladas anuales con un beneficio de 100 millones de euros. Abrió en 1950 y 20 años después empezó a gran escala. Ya casi ha agotado el hierro y el bronce, pero los análisis son optimistas sobre la presencia de molibdeno. Serían otros 15 años de explotación. En su despacho nos recibe con las botas enfangadas Liu Renwang, vicepresidente.

"Nosotros cumplimos los estándares medioambientales porque nos controla Pekín. Los problemas los causan las privadas, que dependen de los entes locales. Son muy corruptos. Shangba debería cabrearse con ellos, no con nosotros. Todos los camiones descubiertos que has visto son suyos. Los nuestros son sellados. La mina no puede cerrar. Es la que empuja económicamente toda la región. Leí lo de las muertes en un diario. No sé si es cierto".

La compañía es intocable. Da miles de empleos y llena con sus impuestos las arcas locales. El Centro de Asistencia a Víctimas de la Contaminación practica los análisis medioambientales y presta ayuda legal, pero tras años de lucha solo ha logrado esporádicas e irrisorias compensaciones.

Lo saben

"La empresa sabe que la mina causa el cáncer pero lo niega. Culpar a las explotaciones privadas es una excusa porque ya había daños cuando operaba sola. Tampoco es verdad que cumpla los estándares medioambientales. Y aunque lo fuera, la ley civil china estipula que el mero perjuicio ya provoca la obligación de compensar".

Descartados el cierre de la minería y la huida, en Shangba se aferran a esa inigualable capacidad china forjada durante siglos de calamidades para relativizar la adversidad.