Todo ha ido a peor desde el 12 de julio del 2006. Un año después de la devastación y las ingentes pérdidas económicas provocadas por los bombardeos israelís, el Líbano se encamina hacia una fractura semejante a la que vive Palestina. La oposición amenaza con un Gobierno paralelo si el primer ministro, Fuad Siniora, y su bloque antisirio siguen rechazando un Ejecutivo de unidad. Una vuelta de tuerca más a la profunda crisis, marcada por la recesión económica, la violencia y la parálisis institucional por la que atraviesa el país desde el final de la guerra. "Aquí nadie habla del futuro; hasta que no se resuelva la crisis política no podremos mirar adelante", dice el politólogo Karim Makdisi.

Durante este año han brotado además nuevos factores de inestabilidad. Al Qaeda se ha implantado en el Líbano. En el sur, los cascos azules de las Naciones Unidas se han convertido por primera vez en objetivo militar de la miríada de intereses que confluyen en el país. Y para colmo, continúan esporádicamente los atentados contra civiles y los asesinatos de prominentes figuras antisirias.

PESIMISMO Tanta turbulencia ha sumido a los libaneses en un angustioso pesimismo que ha disparado la emigración. "La gente está asqueada y paralizada, tiene miedo", dice el diputado suní, Misba Ahdad. EEUU, Francia y Arabia Saudí apoyan al Gobierno de Siniora, formado por sunís, drusos y una minoría cristiana. Siria e Irán van de la mano de la oposición, abanderada por los chiís de Hizbulá y Amal, con el respaldo de los cristianos de Michel Aoun. Y todos los grupos están rearmando a sus milicias, reconocía ante el Parlamento europeo Giuseppe Cassini, asesor político de los cascos azules italianos en el Líbano.

Si en septiembre no hay consenso, el titular saliente, el prosirio Emile Lahoud, aliado de la oposición, designará un Gobierno interino y paralelo. Y a todas luces, constitucional.