Una bomba moral y política ha estallado en Estados Unidos. Menos de tres meses después de que el presidente George Bush anunciara en el portaviones Abraham Lincoln el fin de los combates de envergadura en Irak, los datos del Pentágono confirman que el número de soldados fallecidos en la posguerra, 139, ha superado a los caídos durante las seis semanas del conflicto bélico.

Con las posibilidades de repartir la carga entre la comunidad internacional reduciéndose casi a cero y pese al riesgo de perder puntos en las encuestas de popularidad, incluso el Pentágono se ha mostrado, por primera vez, dispuesto a sumar tropas a los 140.000 soldados desplegados para aumentar la seguridad.

En contra de sus previsiones, los mandos militares han encontrado una resistencia cada vez más violenta y organizada en Irak. Desde la guerra se han incrementado los "ataques tipo guerrilla" y se ha ampliado la zona más mortal incluyendo no sólo Bagdad sino lo que se conoce como "triángulo suní" , cuyos vértices son la capital, Ar Ramadi y Tikrit. Pese a que la mortalidad en la posguerra está más vinculada a accidentes no relacionados con fuego enemigo (durante la guerra murieron 23 y desde entonces 76), esas bajas están dañando la popularidad de Bush y de su campaña militar inevitable.

El intento de buscar más apoyo internacional al despliegue en Irak también se frustra. El embajador estadounidense en la ONU, John Negroponte, ha reconocido que "no se está nada cerca de una nueva resolución" en la ONU, menos de una semana después de que el secretario de Estado, Colin Powell, acudiera a la sede del organismo para explorar esa posibilidad.