Hace ocho meses, Angela Merkel celebraba sonriente el esperado triunfo de la coalición liberal-conservadora que integran FDP y la unión formada por su partido, la CDU, y sus hermanos bávaros de la CSU. Poco podía sospechar entonces la cancillera que esa sería la última alegría que iba a llevarse en mucho tiempo. En los últimos meses, Merkel ha visto cómo su equipo de gobierno "natural" se atascaba en disputas internas y caía en picado en las encuestas --arrastrando a su partido en las regionales de Renania del Norte-Westfalia-- y cómo su credibilidad y liderazgo quedaban en entredicho en Europa y en sus propias filas.

En la semana que acaba de terminar, la cancillera y presidenta de la CDU ha asistido a la renuncia del número dos de su partido, Roland Koch, y a la noticia de una sangría de afiliados. La CDU vive una crisis declarada y las miradas se dirigen sobre todo hacia Merkel.

Los últimos datos son tajantes: solo el 20% de los alemanes se declaran satisfechos con el trabajo del Gobierno. Aunque los cristianodemócratas se habían acostumbrado a cargar las cifras negativas sobre sus socios liberales --que del 14,6% del apoyo que lograron en septiembre han bajado hasta el 7%--, los últimos resultados de la CDU --que ha pasado de sacar 10 a 5 puntos al SPD-- y, sobre todo, el grado de popularidad de Merkel --que en abril cayó 10 puntos, hasta el 48%-- les han dejado sin excusas.

LA SALIDA La alarma definitiva la disparó el anuncio, a principios de la semana pasada, del abandono de la política de Roland Koch. El vicepresidente de la CDU y jefe del Ejecutivo de Hesse ejerció durante años el papel de azote de la cancillera. Frente a la línea reformista de Merkel, el talante conservador y liberal de Koch mantenía satisfechos a los votantes genuinos de la CDU. Muchos ven en su decisión un fondo de agotamiento de luchar por un partido al borde de la crisis de identidad.