Si bien el mundo árabe escapa al contagio de la revueltas de Túnez, los desesperados actos de sacrificio personal se suceden, especialmente en Argelia y Egipto. En el país del Nilo, cuatro personas se prendieron ayer fuego para expresar su descontento con la economía y la arrogancia de las autoridades. El régimen de Hosni Mubarak insiste en su solidez, pero la bolsa cairota registró las peores pérdidas desde mayo por el temor a una explosión social.

Ya son seis los egipcios que se han quemado a lo bonzo, emulando al tunecino Mohamed Bouzazi, cuyo suicidio propagó las protestas en Túnez. Sus dramas parecen banales, pero son síntoma de una sociedad desoída, maltratada y asfixiada.

Ahmad Al Sayed, licenciado en Derecho, 25 años. Murió en Alejandría tras quemarse en el tejado de su casa. Llevaba dos años en paro. Tarek Al Gadaffi, mecánico. Se prendió fuego en Ismailia tras ser llamado a comisaría, un lugar donde se sabe cómo se entra pero nunca cuándo y cómo se sale.

SIN PENSION Sayid Ali al Sayed, jubilado, 60 años. Se prendió fuego cerca del Parlamento tras quejarse por no haber cobrado la pensión. Mohamed Faruk, abogado, 50 años. La policía, dijo, no había hecho lo suficiente por encontrar a su hija, desaparecida hace tres meses.

A tenor de los últimos acontecimientos, la gran pregunta es si Egipto seguirá el ejemplo de Túnez. En pobreza, paro, analfabetismo e ineficiencia supera al país magrebí. También en la longevidad de su autócrata: Mubarak cumplirá pronto 30 años en el poder y no se sabe si se presentará a la reelección o dejará el testigo a su hijo Gamal.

Mubarak afrontará su inmediata prueba de fuego el día 25. La sociedad civil ha convocado una manifestación para reclamar reformas económicas y políticas. En solo tres días, su página de Facebook ha registrado 50.000 adhesiones. Al régimen le preocupa el efecto inflamable de los bonzos, según reconocía ayer el diario oficialista Al Akhbar, pero la historia es esquiva con los reformistas, estrechamente controlados.