No a la prensa. Fuera paparazis. Dejadnos tranquilos, se lee a través de las ventanas de la escuela de secundaria Robert- Böhringer. A escasos 10 metros está la Albertville Realschule, el lugar de la matanza, y entre ambas, un improvisado altar con velas y flores que no para de crecer desde el miércoles. Los carteles expresan el cansancio de los alumnos por ser el centro de atención, por ser interrogados una y otra vez por las decenas de periodistas que han acampado frente a la escuela.

Los habitantes de Winnenden que se acercan a visitar o ampliar el altar apenas hablan. Se quedan de pie callados, lloran, se abrazan. La estupefacción se ha borrado de sus rostros pero siguen sin saber qué decir. El día gris y lluvioso parece acompañarles en el duelo. "Ni yo misma lo entiendo. Sigo afectadísima, aunque no conocía a ninguna de las víctimas", dice una antigua alumna de la Albertville que fuma un cigarrillo tras otro sentada frente a la puerta y sin dejar de sollozar.

En estado de choque

En un pabellón frente a la escuela, más de 50 psicólogos atienden a alumnos y familiares. "Ellos mismos lo solicitaron. El choque es demasiado grande para muchos", asegura el jefe de policía. Pero el camino para superar lo ocurrido empezará cuando la prensa y la policía se vayan, se retire el altar y solo quede algo que pocos conocían en esta tranquila ciudad. El miedo.