La filtración premeditada de la identidad de un agente secreto constituye un delito federal, de forma que, si se demuestra que se filtró a la prensa que Valerie Plame era una espía con la intención de vengarse de su marido, el que lo hizo sería condenado a prisión. Lewis Libby ha admitido que recibió órdenes de su jefe directo, Dick Cheney, de que filtrase información secreta sobre Irak. Si fue la identidad de Plame, el vicepresidente habría delinquido.