Básicamente, la convención demócrata tenía tres objetivos que se resumen en uno: relanzar a un candidato, Barack Obama, que da síntomas de flaqueza y que no solo no acaba de despegar respecto a John McCain sino que en algunos sondeos va por detrás. Este relanzamiento se basaba en presentar al candidato y su entorno familiar como un típico americano de clase media, cicatrizar las heridas de la guerra de las primarias con Hillary Clinton y atacar a McCain sobre todo a cuenta de la economía. Cuando la convención ha llegado a su ecuador, de los tres objetivos puede decirse que se ha cumplido uno y medio.

El primer día de la convención, Michelle Obama hizo un buen trabajo para humanizar al candidato, elogiado en términos generales por la prensa estadounidense. La madrugada de ayer hora española, Clinton puso de su parte todo lo que había que poner para unificar al partido tras Obama. Su esperado discurso fue un profesional aliño político en el que, hablando de sí misma y respetando a sus seguidores, pidió varias veces el voto por Obama.

"Quiero que os preguntéis: ¿Estabais en esta campaña solo por mí? ... ¿O estabais por toda la gente de este país que se siente invisible?", dijo la senadora, que no afirmó que Obama está preparado para ser comandante en jefe (algo que los republicanos aprovecharon).

Unificado, al menos de boquilla, el partido, ahora llega el turno de ir a por McCain, de culparlo de la crisis económica a través de su vinculación con las dos administraciones de George Bush. Ayer era el día en que los demócratas debían dejar de jugar a la defensiva, de tapar las brechas de agua abiertas en su candidato, y pasar al ataque. Era el día para que el número dos, Joe Biden, ejerciera el papel de perro mordedor contra McCain a la espera de que hoy Obama pronuncie su esperado discurso con el que aceptará la candidatura demócrata a la Casa Blanca.