Tres semanas después del maremoto que asoló las costas del Océano Indico, el número de muertos todavía aumenta. El Gobierno indonesio anunció ayer, citado por la agencia Reuters, que se habían descubierto 5.000 cadáveres en un pueblo pesquero llamado Lohk Nga, en la isla de Sumatra.

Según la agencia, los cuerpos todavía están expuestos a la intemperie. Un residente del pueblo, Ahmad Syuhada, hizo una petición para que voluntarios acudan al pueblo y retiren los cadáveres. "He visto cómo los perros comían restos de cadáveres", explicó Syuhada. Con este hallazgo, el número de muertos en Indonesia superaría los 115.000, dos tercios de los fallecidos por el tsunami.

FRENO A LAS EPIDEMIAS Mientras tanto, la vida regresaba progresivamente a la normalidad en Banda Aceh, la capital de la provincia indonesia devastada por las olas. Una buena parte de los centenares de miles de personas que se han quedado sin hogar han hallado refugio en las casas de familiares y amigos, y han podido evitar los insalubres campos de desplazados, lo que ha permitido, en opinión de las agencias humanitarias, contener la aparición de epidemias.

"Un porcentaje significativo de los desplazados residen en casas de familiares, lo que les hace invisibles; pero en muchos casos nos encontramos a 15 personas en casas donde antes vivían cinco", subraya Allan Vernon, jefe de la oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR).

El Gobierno indonesio estima que existen unos 700.000 desplazados internos en la provincia de Aceh. "Es imposible saber cuántos de ellos han sido acogidos por familiares y amigos", sostiene Vernon. El ACNUR suministra tiendas de campaña, cubiertas de lona, y fogones para cocinar a unas 100.000 personas sin hogar como parte de su programa de emergencia, y trabaja a largo plazo cara a la reconstrucción de las casas destruidas. "El problema de los que se han quedado sin techo no se resolverá en años", sentencia el responsable del ACNUR.

Uno de los desplazados que ha encontrado acomodo en la casa de un familiar es Husain, de 25 años, cuyos padres murieron con la riada y cuya casa fue arrasada. Tras pasar una semana con su esposa, Neni Iriani, en un campo de refugiados junto a una veintena de vecinos, Husain llamó por teléfono a Mahmud, primo de su padre, y le pidió que lo acogiera en su casa.

"Sólo le había visto en cinco ocasiones en mi vida", asegura. Sin embargo, los vínculos familiares, aunque lejanos, funcionaron, y Husain y su mujer tienen ahora un techo donde cobijarse de las lluvias torrenciales del monzón.

TRABAJO EN EL MERCADO Aparte de fortalecer las relaciones familiares, el maremoto ha concienciado también la solidaridad ciudadana. Es el caso de Normiati, de 40 años, una mujer que acogió a Joel, de 21 años, en su casa, y le dio trabajo en su puesto del mercado. Joel no sólo ha perdido a su familia, también ha perdido su trabajo como obrero de la construcción. Su relación con esta mujer ni siquiera era cercana. Joel solamente trabajaba con el hijo de su anfitriona. "Le estoy muy agradecido", se limita a señalar.